viernes, 24 de septiembre de 2010

Nuestros vecinos

Horacio Taranco

(Por J.P.T.) En la edición anterior reiniciamos la sección de entrevistas con los vecinos (en esa oportunidad con Lizzy Tochetto), en especial con aquellos que llevan un buen tiempo afincados entre nosotros y que llegaron cuando Mar de las Pampas todavía no era un boom. Cada uno de ellos, entonces, forma parte del desarrollo de una comunidad que ha crecido exponencialmente en el transcurso de los últimos siete u ocho años.
Horacio Taranco, junto con Norma Rodríguez, hicieron su casa de verano hacia 1998; poco después abrieron el complejo de cabañas El Ocio y, más tarde, construyeron los departamentos de El Mar. Con el tiempo vendieron El Ocio y se quedaron con El Mar y pasan temporadas de invierno cada vez más extensas, convirtiéndose en residentes casi permanentes de Mar de las Pampas. Horacio, entre otras cosas, fue motor e ideólogo, en el 2005, del primer Encuentro de las Artes de Mar de las Pampas, Mar Azul y Las Gaviotas, y activo participante, ese mismo año, del club social y deportivo que nucleó a muchas familias y que, en cualquier momento, puede llegar a reflotarse. Lo que sigue es la charla que, a diferencia de la anterior con Lizzy, presenta el formato convencional de preguntas y respuestas aunque, debo admitirlo, hay una pequeña trampa: la charla no fue tan prolija como se presenta aquí, para no someter a los lectores al martirio de nuestros continuos viajes a través del tiempo ni a las innumerables derivaciones y saltos de un tema a otro, de su adorada Academia a un almuerzo en Turquía, de la Bombonera a un taxi en Moscú, de un remate en medio del desierto patagónico a una anécdota desopilante en un inverosímil bar de Caballito. Uno se puede quedar horas con él (nos hemos quedado), internándose en profundidad pero siempre con humor en los asuntos más serios y también en los más descabellados, que, eso sí, él tratará con seriedad absoluta. Diría que con respetuosa solemnidad. Nuestra amistad no convierte en subjetiva la opinión que tenemos de él, pues estamos convencidos de eso: se trata de un gran tipo, un tipo íntegro. Me animo a más: uno de esos tipos cuya presencia le hace bien a la comunidad o círculo que integra. Un rasgo insoslayable de Horacio es su pasión por el cine y, más allá de su sacrificada locura por Racing, por cuanto deporte exista en el planeta. Es común llamarlo y que nos diga “estoy viendo los octavos del torneo de Barcelona”, en alusión al tenis, o “no me puedo perder la segunda ronda de Augusta”, por el golf, o bien “estoy nervisosísimo porque dentro de diez minutos empieza CUBA-CASI”, sin mencionar que ante una invitación a comer pueda responder formal y tajante: “Jamás. A esa hora juegan Racing y Olimpo”. “Estoy muy preocupado”, “Descomunal” o también anteponer su característico “Más...” cuando quiere reafirmar algo, forman parte de su vocabulario habitual.
Y ahora, pasemos a la nota.

Nunca te escuché decir que vos andabas por aquí buscando un cambio de vida, resistiéndote a Buenos Aires.
Nunca pensé en cambiar mi vida. Entiendo que tampoco podría. Más, creo que es imposible proponérselo. Sino que les cuente Norma que siempre se queja de mis mismas cosas (ella dice defectos, yo costumbres). Como se diga, alguna razón hay. Todas ellas persisten, aunque cambien las circunstancias.
Curiosamente, de casualidad o por un resto de coherencia, en ese párrafo encontré la respuesta para el final de tu pregunta. Siempre trato de buscar las “circunstancias” más favorables para sentirme yo mismo, para disfrutarme según mis posibilidades y gustos. Y en eso, sin dudas aunque sólo muy objetivamente, el hábitat tiene mucho que ver; aunque descreo del “éste es mi lugar en el mundo”. Hay muchos y varios. Tan variados como son los momentos de cada quien.
Sin embargo, es cierto que a pesar de tener -y gozar- de muchos de los ingredientes que hacen a su arquetipo, yo nunca me sentí un gran porteño. Sobre todo desde que estoy grandecito. La edad es un límite para andar de aquí para allá. Entonces, “más hogareño”, es como que pierdes el antídoto que le ganaba al hacinamiento, al ruido… a todo lo que ya sabés.
Lo que me decís de Buenos Aires me lo dijeron muchos, por compartido entre tantos intuyo debe ser bastante cierto. Pero lo del “lugar en el mundo” yo mismo aquí lo siento.
Está bien. Por mi parte es tonto rebatirlo. Es plausible y hasta envidiable que se pueda recibir una cuota externa de felicidad
Aunque, fiel a mi costumbre, me voy a contradecir bastante con un grosero ejemplo: Admito que mezclándolo con lo subjetivo, y estirando la sensación, mensurando lo que vos ponés, hay sitios donde lográs tu plenitud. De la misma manera que la cita religiosa -en su dominguera visita al Señor- muchos no sienten como obligación, sino que la viven desde muy adentro como agasajo, como visita, como testimonio, como agradecimiento, y como miles de cosas más; te cuento que mi lugar para sentirme en mi mayor magnitud, está en el predio de 105 por 62ms sito en Colón y Corbatta, Avellaneda. En muchos otros me siento muy bien pero nunca igual. “Gratitud inexplicable”, diría el trapo.
¿Por qué estas playas?
Para joderte un poco te diría que “es mi lugar en el mundo”, pero me pediste seriedad. Te cuento que desde la década del 60, cuando apareció la confitería en Mar Azul -si no fue la primera construcción importante le pasa raspando- estas playas me dieron vuelta. Inveterado turista geselino, año tras año me corría hasta aquí. Mas al transcurrir el tiempo, como el crecimiento físico y demográfico fue modificando su estilo, era como que, aunque presente en los veranos, me alejaba. Tanto me corría, que al fin de cuentas durante todos los eneros andaba más por estas playas que por la Villa. Añoro esos tiempos de inicios y, por ahí, de soledades.
¿Alma de pionero, entonces?
Para nada. Volvemos a las circunstancias. A los lugares, como a Racing, lo hacen grande sus gentes. Y ésa es la clave: las gentes. Acá, ibas a la playa y con los pocos tipos que había de movida tenías algo en común. Tal vez el disfrute de la nada, o no se qué, pero como las brujas…
Esa suerte de identidad con el tipo que estaba a 50 metros y estaba en la misma que vos, causaba que por ahí, si se daba que te pusieras a charlar en el viejo Soleado de Chiche con 5 carpas, terminabas a la noche en cualquier casa comiendo un asado. Una particularidad reiterada. Ni qué hablar cuando, algunos años después, los viernes o sábados a la noche, en la pequeña Amorinda de entonces, el tano Antonio que como había laburado toda la semana con la cuestión de los tallarines no estaba para trasnoches, por un lado, y por otro -mucho más probable- no podía aguantar los delirios (forma elegante de definir) de las sobremesas y, entonces, antes de partir hacia la cama, nos dejaba sobre las mesas litros de Lemoncello cuyas consecuencias, de madrugada ya, algunos disipábamos en la playa. Otros cerraban al día siguiente. Desde tal imagen se me presenta la figura del entrañable Carlitos Ludwig. Y sonrío.
Gesell, Mar azul, ¿y Mar de las Pampas?
Nosotros, como casi todos, creo, vinimos por la playa. A poco de andar, enseguida nos enamoramos del bosque que en cada recorrida nos mostraba algo distinto. Tal vez se pueda explicar en las variadas formas que se descubrían en la foresta, o según desde dónde cayeran los rayos del sol. Más, Hugo Rey acomodaba patas para arriba troncos de árboles cortados y, a las raíces expuestas, las llamaba “esculturas”. Naturalmente jamás se lo confesé pero eran originales. Hasta lindas.
Recordás cosas y hasta nombres con un dejo de melancolía… ¿el “progreso” te abrumó?, ¿te causa rechazo?
No. Categórico. La melancolía es una forma, al menos un trampolín hacia el sufrimiento, y no lo siento así. Antes te hablé que todos los momentos son diferentes. También te vuelvo a las circunstancias y a las diferentes modalidades con que te pegan y cómo las absorbés. Según los años y vos mismo. El decurso siempre te da cosas que en cada momento sentís diferente, incluso te molestan, pero con el tiempo aprehendés con gratitud. Incluso añorás, pero entre sonrisas. Sin lágrimas. De tu hija Sofía tenés incorporadas fotografías de bebé, de niña, de púber, de adolescente y, ahora que es una yegua, hasta compartís los dislates con los yernos. Entretanto, cambiás por algo parecido al crecimiento. Tanto, que después de ese recorrido todo será más fácil para tu hija Josefina.
No me contestaste. Con melancolía y progreso quise referirme a la transformación del lugar. Vos eras del ala ultra conservadora en cuestión de apego a reglamentos.
Te corrijo. De los abusos y de la ineficacia de los controles. De cualquier manera antes creí contestarte. Mejoro la explicación de la idea. Ya los presocráticos hablaban de la “condición humana”. Lamento que en su época no se hubiera descubierto América. Con bastante maldad me pregunto cómo carajo habrían hecho para explicar la «Argentina». Me encantaría saber si la Filosofía podría arreglárselas… qué inventarían.
Dijiste que viniste por la playa, te enamoraste del bosque y te quedaste por la gente ¿Por qué la gente?
Varias razones. La escasez de “gentes venidas a más”. El que cada uno hiciera de su nariz un pito sin presumir. La simpleza. La informalidad. El respeto a las extravagancias ajenas. La diversión de los conflictos más privados, y su extraña difusión con “chismes constructivos” porque son una forma de conocer. Las amistades, más allá de las brechas que en otros lugares delimitan las edades. La simbiosis con los turistas cortados por la misma tijera y hoy radicados. El curioso perfil político sin caracterización partidaria, más bien cultural, que yo llamo “humanista anárquico” y nadie entiende, pero creo incluye la concepción de la mayoría.
Tenés razón. No se comprende.
Ya sé. Vaya un ejemplo. Recuerdas el tipo de aquí que años atrás, con otro resto físico, en la playa de Gesell al ver a los cinco que corrían al ratero que les manoteara la ropa y que, cuando lo alcanzaron, empezaron a boxearlo y, entonces, para nivelar y por justicia, atinó, entusiasta y decidido, a participar de la gresca ¡del lado del ladrón!
Pues bien. Humanista y anárquico...
Seguís igual… ¿alguna desilusión… añoranzas especiales?
Me extraña que un futbolero como vos no sepa que los de Racing renovamos ilusiones siempre, sin mirar hacia atrás. ¿Para qué? Decepciones por ahí sí. Pero volvemos a los presocráticos y la condición humana. Agreguemos también la sabiduría del refranero español cuando habla de “no hay que dar por el pito…”.
Añoro los encuentros informales de cuando éramos pocos. Nos veíamos todo el tiempo sin pretenderlo.
Ocio creativo en tertulias interminables en Green Port (Puerto Verde para mí, ¿recuerdas?) o en cualquier esquina. ¡Y el Club! Ahora para juntarte tenés que formalizar… ¡hasta por teléfono! De repente me vuelvo generoso. No nos encontramos tanto porque hay muchos lugares, habitantes y turistas. ¡Es una suerte!: Más gentes disfrutan de Mar de las Pampas que sigue dando…
Vos la disfrutás igual que antes, estás casi radicado.
Sí. Definitivamente me siento de aquí. Si bien cuando hice mi casa era con idea de vacaciones para cuando pudiera, celebro cuando tuve la idea de “armarme” una jubilación en el paraje. Algo para hacer que, de paso, me ayudara a no envejecer. Aunque lo menos posible, toda mi vida trabajé para sentirme bien. Con mi reglas de juego, sin ambiciones exageradas. Y como te dije antes, sin querer cambiar de vida. Por eso cuando descubrí que la demanda laboral era demasiado importante y con El Mar alcanza, vendí El Ocio para recuperar horas nuestras.
Además para proteger a Norma que es responsable y por eso para poner el hombro no tiene límites. También para protegerme. Ella es una máquina para el laburo, lo cual está muy bien, pero noté que pretendía que la igualara, lo cual está muy mal.

Gracias, Horacio.
Gracias no. Pagá las lentejas.

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