lunes, 30 de noviembre de 2009

Tapa N 108

El Concejo Deliberante de Villa Gesell aprobó la ordenanza por la cual se cambia el nombre de la calle Julio A. Roca, en el centro de Mar de las Pampas, por el de Mercedes Sosa.

Desde estas páginas expresamos hace cuatro años, en una breve nota, la indignación por el hecho de que una calle de Mar de las Pampas llevara el nombre de un genocida, el mismo que aún hoy se exhibe en los billetes de cien pesos y multitud de monumentos, calles, avenidas y ciudades. Decíamos entonces que resultaba paradójico y más bien repugnante que la misma localidad cuyas calles se denominan Querandíes, Incas o Yaganes (amén de Garay y otros «nenes») y cuyos emprendimientos adoptan con frecuencia nombres de origen mapuche, exhibiera, a su vez, el dudoso orgullo de mostrarle al turismo y refregarle a su comunidad el nombre de Roca en pleno centro (claro que céntrico o no, igual resulta intolerable).

En aquel momento muchos vecinos adhirieron y se juntaron firmas para elevar un pedido que nunca fue considerado.

No faltaron cartas reinvindicando a Roca y se inició una polémica enriquecida con valiosos aportes y en la que participó gran cantidad de gente. Incluso recibimos la adhesión del historiador Osvaldo Bayer y, hacia principios del año 2008, Víctor Hugo Morales nos sacó al aire en su programa «La Mañana», a propósito del tema.

Naturalmente nos llena de alegría el cambio: sale un genocida, entra una artista.

Al cierre de esta edición esperamos todavía ver plasmado en los carteles la modificación aprobada; acaso para diciembre podamos publicar las fotos que documenten ese momento, por qué no, histórico para la vida de Mar de las Pampas.

Cerramos esta reseña con el aporte de un lector (Rodrigo) que envió el siguiente correo con una cita de Silvio Gesell en su libro El Orden Económico Natural:

"En Sudamérica se ha procedido con mucha más sencillez, se economizó el documento con la «X» de firma: se envió al general Roca, más tarde Presidente de la Nación, con una partida de soldados a enfrentar a los indígenas, para expulsarlos de los fértiles campos de pastaje de la pampa. La mayoría fue baleada, las mujeres y niños fueron llevados a la Capital como sirvientas baratas y el resto fue expulsado más allá del río Negro. El territorio fue dividido y adjudicado luego a los soldados, que por regla general no tenían nada más urgente que hacer, que vender sus derechos por aguardiente y paños de color. Así y no de otra forma, se originaron los "sagrados e intangibles derechos" de los actuales propietarios del suelo mejor y más fértil que quizás exista en el mundo entero".

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