sábado, 18 de diciembre de 2010

Contratapa

Las notas, los libros y las charlas de Juan Forn

Siempre es difícil escribir sobre un amigo, por el lógico riesgo que se corre de no ser suficientemente objetivos, de caer en debilidades derivadas de ese lazo de amistad, de esa relación que nos une no por la sangre sino por elección; pero debo decir que a la hora de hablar de Juan Forn, de sus libros, de sus notas y de sus charlas, me exime el simple hecho de haberlo conocido cuando ya hacía rato que Juan era una figura respetadísima y de enorme reconocimiento en el mundo literario, periodístico y editorial. Hasta debo decir que al principio lo trataba con un respeto tan grande que acaso me impidiese un acercamiento más rápido y fluido, siempre por mi propia estupidez, por el miedo a parecer o pasar por «cholulo». Y remarco mi propia estupidez porque Juan es uno de los tipos más sencillos, accesibles y poco creídos que conozco. Ganó el Konex de Platino en 2007, su obra es traducida a otros idiomas y reeditada permanentemente, además de ser invitado a participar en congresos, a dar conferencias sobre diversos temas, a preparar antologías, escribir prólogos de clásicos universales o realizar traducciones. Pero antes que nada Juan es un apasionado. Y de muchas cosas: la literatura, el fútbol (fanatico del Rojo), la música, el cine, los postres, la pintura, el arte en general, el devenir de la política, los personajes de la historia, las curiosidades, las charlas de café (aunque tenga prohibido el café), las caminatas por la playa. Y posee el maravilloso don de transmitir esa pasión, una pasión que por auténtica y arrolladora consigue filtrarse en los resquicios más insignificantes de sus interlocutores, lectores o escuchas. No he leído todos sus libros, pero llevo devorados cuatro de ellos: Nadar de noche, un libro de cuentos de 1991; La tierra elegida (2005) y Ningun hombre es una isla (2010), compilación de notas publicadas en su momento en la contratapa del diario Página/12 (en el que escribe la contratapa de los viernes y a veces colaboraciones especiales): también acabo de leer su novela Puras mentiras (2001), que fue reeditada, en noviembre último, por la editorial Emecé. La novela la «consumí» en el transcurso de unas pocas noches, relegando a la espera a La montaña mágica, de Thomas Mann, y a El jugador, de Dostoyevsky, en esa inveterada costumbre de acumular libros en la mesa de luz para ir leyéndolos alternativamente. Y ni Mann ni Dostoyevsky lograron sustraerme de la «necesidad» de terminar en un tirón esas puras mentiras que Juan hilvana de manera magistral. Suelo decir medio en broma y bastante en serio que detesto la crítica literaria, de manera que no podría nunca realizarla ni en los libros de Juan Forn ni en ningún otro, pero sí me atrevo, en mi condición de lector voraz, a veces exasperado y siempre caótico que ha recorrido los autores más diversos en épocas, nacionalidades y estilos, sí me atrevo, decía, a afirmar que estamos ante uno de los mejores narradores contemporáneos en lengua castellana. Algunos pensarán o dirán que exagero. Me importa poco. Lo que sí me importa es que ese tipo que desespera con los avatares de Independiente, que dice lo que piensa y por si fuera poco suele hacer lo que dice en una casi desterrada demostración de autenticidad y coherencia, ese «ladrón» de historias que está siempre urdiendo un cuento, una posible novela, vive en Villa Gesell desde hace casi diez años. Y desde el 2008 nos da esas memorables Charlas de los lunes, en la biblioteca Rafael Obligado, haciéndonos viajar por los personajes y las historias más inverosímiles al compás de su apasionamiento sin fronteras, sin temas prohibidos. Y desde hace más de un año, por pura amistad, colabora en este periódico con su columna, un lujo del cual no dejamos de vanagloriarnos.
Por eso, ahora que se inicia el vértigo de la temporada, nos alegramos al saber que Juan se presentará en Green Port a partir de enero. Quedan por confirmar días y horarios, pero ya está el título: Covers literarios. Más allá de su contenido, de los autores o títulos que aborde, el interés está garantizado. De manera que lo tendremos aquí cerca, en Mar de las Pampas, en ese café que empieza su temporada número diez renovado y con muchas ganas de ofrecer uu espacio de esparcimiento y también de arte, de cultura en su acepción mas simple y menos pomposa. Porque sólo así, lejos de la pompa o el protocolo, de las «academias» y sus dogmas, Juan podría sentirse cómodo para desparramar y compartir sus lecturas, sus estudios infatigables, sus curiosidades permanentes.
Releo lo escrito y no puedo evitar el recuerdo del orgullosos comentario de una sobrina, entonces de siete u ocho años, al referirse a un pariente conocido: «y encima es mi tío». Tan lejos de la niñez, me permito ahora parafrasearla: «y encima es mi amigo».
Juan Pablo Trombetta

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