viernes, 11 de abril de 2008

Tapa

Chau, Seba


Si para todo hay término y hay tasa
Y última vez y nunca más y olvido
¿Quién me dirá de quién en esta casa
sin saberlo nos hemos despedido?


Fragmento del poema "Límites", de Jorge Luis Borges


Escribo estas líneas con el ardor viscoso en los ojos y la incredulidad retorciéndose en las tripas como una serpiente venenosa. Acabo de llegar del Hospital de Villa Gesell. Hace un par de horas, esta mañana del jueves 3 de abril, ha muerto Sebastián Capurro, de la Proveeduría de Mar de las Pampas y, en su momento, del Kiosco Yo Soy. Hace veinticuatro horas exactas Gloria fue a comprar un par de vinos y él le contaba que, por la noche, habrían de llegar las nuevas heladeras para la carnicería. Absolutamente nadie podría imaginarse que esa terrible noche de miércoles, en plena descarga, un vidrio iría a producir el hueco por donde sin remedio a Seba se le escaparía la vida. Estaba en ese instante el Flaco Aprile, bombero voluntario que actuó de inmediato en los primeros auxilios y que junto con el oficial Pereira, del destacamento de Mar de las Pampas, se encargó del urgente traslado hasta el Hospital de Villa Gesell. Pero la cantidad de sangre perdida hizo que, a pesar de la celeridad con que actuaron todos, incluidos los médicos, nada se pudiera hacer para evitar lo inevitable. Y no hubo milagro alguno.
Estos son los momentos donde uno se pregunta y repregunta y no puede por ningún lado encontrar consuelo ni mucho menos respuestas. Una vez más declaro mi más absoluta y sana envidia hacia aquellos que profesan una fe sincera y entonces hallan alivio en su dios, cualquiera que fuese, de cualquier religión, pero en definitiva un ser hacia quien rendirse y aceptar esas fatalidades que no pueden entrar en los cerebros de muchos de nosotros, acaso no incrédulos, pero sí incapaces de comprender, de resignarnos ante la magnitud desmesurada de un episodio tan torpe, tan injusto, tan...
Las palabras muchas veces se agotan aunque las lágrimas no paren de correr y el estómago no deje de sentir el vacío helado y cruel de lo inexplicable. De lo intolerable. Allí está Noelia, la mujer de Sebastián, y Lupina, la hijita de un año, y Mica, la hija de diez, y la mamá, y los hermanos, y el quiebre total de Martín Capurro, el primo, el amigo, el compinche.
No hay palabras, no hay manera. Imposible entender que uno ya no va a entrar a la Proveeduría para ver a Sebastián el "eléctrico", el que siempre va y viene (me niego a usar el pasado, me resisto, me rebelo y tengo que morder la rabia y el llanto), el que tiene proyectos, el que emprende, el que se muda, el que apechuga y tira para adelante, el que tiene palabra, el que, a los que lo conocen poco, puede parecerles a golpe de vista corto y tajante pero no es eso más que la máscara de un gran tímido, de un tierno, de un pibe de barrio sin dobleces. ¿Cómo, cómo entender?, me lo pregunto y entonces pienso, si yo no lo abarco, ¿qué será entonces para los íntimos, para los que de golpe y porrazo se quedarán sin la presencia cotidiana? Y pienso también en Ivana, una más en ese luchador equipo de la Proveeduría. Y otra vez mientras escribo me invade la angustia y la bronca y la impotencia. No puedo tamizar. No pienso corregir ni mitigar ni pulir ni embellecer, sólo estoy haciendo una catarsis silenciosa, con estas teclas que aprieto con furia, con una impotencia que me recorre sin pausa y con mucha prisa anudándome aquí y allá en una sucesión de espasmos involuntarios.
Trato de calmarme un poco e intento el repaso, busco las primeras imágenes, aquel primer llamado a la redacción de El Chasqui, bah, a mi casa, a la casa que habitamos con Gloria y los chicos desde que elegimos el bosque de Mar de las Pampas como después lo elegiría Sebastián con sus planes y sus proyectos y con la vida recorriéndolo de cabo a rabo; y recuerdo ese primer llamado, cuando me contaba que se haría cargo del Kiosco Yo Soy, en Repetto y Las Toninas, hace ya cinco o seis años; y después la época en que hicimos el intento del club, ahí al lado, y a cada rato íbamos a comprar unas galletitas, o un pedazo de queso, o fiambre, o incluso él pasaba a jugarse un truco o una partida de ajedrez, o "donaba" algún paquete de café para el club; y más acá en el tiempo recuerdo la época, hacia fines de 2006, de asumir la decisión de irse del privilegiado lugar en la avenida principal para mudarse al "fondo", junto al vivero, frente al destacamento policial; lo recuerdo muy bien, transpirado y agitado, de acá para allá con la camioneta del "Rana" mudando máquinas, heladeras, víveres; y el año pasado la llegada de Lupina, el traslado diario desde Gesell, porque el nuevo local no tenía vivienda, el esfuerzo cotidiano de "remar" con otros trabajos para salir adelante. Para este año se había asegurado el alquiler de una casa ahí nomás de la Proveeduría y andaba con esto de la compra de la heladera para la carnicería, la heladera...
Ahora me remito a esa última imagen que buscamos ante estas desapariciones súbitas y escalofriantes, esa última charla, ese último encuentro que me conduce a los versos de Borges que ya mismo decido llevar a la tapa, aquellos de: "...sin saberlo nos hemos despedido", y me retrotraigo al sábado 15 de marzo, a una noche maravillosa; muchos vecinos de Mar de las Pampas nos juntamos allí, en la casa de "Pata" y el "Rana", mezcla de festejo por inauguración de la casa, por cumpleaños de "Pata", por Manuela y también por ganas de festejar, de bailar, de pasarlo bien entre amigos, entre vecinos; allí estuvo Sebastián —que también acababa de cumplir años—, con su hija Micaela, charlando acerca de su timidez y más verborrágico que de costumbre. Después de la comida y el baile llegó el fogón, la guitarra, el pedido de una u otra canción; él estaba en la ronda junto al fuego, justo a mi lado; estaba contento, disfrutaba, cantaba, compartía con nosotros su alegría y lo hacía notar, se le veía en la cara sonriente, luminosa, plena de vida. Resultó de por sí y por diversos motivos una noche inolvidable, que se extendió hasta el amanecer; ahora, para muchos de nosotros, lo será aún más.
Sé que estas palabras son inútiles, apenas si me servirán como desahogo —y a los demás acaso no les servirán para nada—, las vine incubando mientras caminaba desde el Hospital, en esa vana búsqueda de respuestas, rumiando bronca, tratando de acostumbrarme a la impotencia.

Juan Pablo Trombetta

Información local

TRÁGICA MUERTE DE SEBASTIÁN CAPURRO.

El jueves 3 de abril murió Sebastián Capurro, de la Proveeduría Mar de las Pampas, como consecuencia de un lamentable accidente ocurrido la noche anterior, mientras descargaba una heladera. (VER NOTA DE TAPA)

MURIÓ JULIO MAGAÑA, UNO DE LOS PRIMEROS EMPRENDEDORES DE MAR DE LAS PAMPAS.

En la madrugada del martes 11 de marzo, murió Julio Magaña, propietario del apart Navarrisco, inaugurado en la temporada 1993/94, y que fuera el primer apart hotel de Mar de las Pampas. Para esa época, sólo existía la Hostería Mapuche (más tarde Ludwig, hoy Mansión del Bosque) como opción de alojamiento; instalados desde 1992, Julio y Franca emprendieron la construcción del apart Navarrisco en Las Toninas entre Las Acacias y Los Cóndores.
Julio era arquitecto y había vivido varios años en España, según nos contara en charlas un poco lejanas, ya que su salud estaba muy frágil desde hacía bastante tiempo.
Como nota pintoresca, recordamos que al elegir su publicidad para la primera edición de El Chasqui, Julio señaló el recuadro en el plano central no por ubicación destacada sino porque "sí o sí quiero que me pongas en el número 7".

HORARIOS DE FARMACIA.
Todos los días: de 900 a 1330 y de 1600 a 2130
Urgencias: de 200 a 700 al 45-1827/28


HORARIO DE COLECTIVOS. La frecuencia del servicio Gesell-Mar Azul y Mar Azul-Gesell es cada 30 minutos. Costo del boleto: $1,40. Para comunicarse con la Empresa El Último Querandí: 45-4580.
HORARIOS DE MISA. Sábados 20 hs. y Domingos 10hs.
ALMACÉN DE CAMPO. Reabre el 14 de abril, consultar horario de invierno.
Tel: 47-9626
LA PROVEEDURÍA. Lunes a lunes de 10 a 21. Tel: 47-2700.
KIOSCO EL SURTIDOR Horario: todos los días de 9:00 a 23:00. Tel: 45-0370

DOJO ZEN

Todos los vecinos que deseen acercarse a practicar Zazen, pueden hacerlo de manera libre y gratuita en el Dojo Zen Despertar, ubicado en la calle Querandíes s/n entre El Lucero y Juan de Garay. Por días y horarios de práctica, consultar al teléfono 47-7771.

OBJETOS PERDIDOS

El kiosco de diarios y revistas Chechu se ofrece como receptoría de objetos perdidos en Mar de las Pampas. Mucha gente ha recuperado ya mochilas, celulares, llaveros, etc. De tal forma, quienes encuentren objetos extraviados podrán acercarlos allí, y quienes los perdieron, acudir para consultar. El puesto Chechu está ubicado en Las Toninas y Cruz del Sur, y el horario de verano es de 10 a 17. El teléfono es 47-0889.

Correo de lectores

A quien corresponda :

Ref.: Luctuosa tragedia en Dolores 9-3-08

Me dirijo a Uds. a efectos de que dentro de sus posibilidades, que sé son enormes, den a conocer lo que aquí redacto. Dicho relato, no es sólo para ratificar una denuncia, a la que abajo hago referencia, sino también para que la ciudadanía toda, tome de una vez por todas la debida conciencia de una buena y bendita vez.
Trataré de ser lo más inteligible posible de manera tal que sea comprensible para todo lector o escucha.
El dia 1/3/08, a las 15,50 hs., con una tormenta que arrasaba la ruta interbalnearia (Ruta 11), me dirijía con las precausiones del caso a realizar compras al Hipermercado Coto, sito entre las localidades de V. Gesell y Pinamar. Mi dirección al igual que la del denunciado en la presente, era de V. Gesell a Pinamar. Dicha arteria posee 2 carriles de cada lado, el izquierdo para circulación a alta velocidad (de 110 a 120 km. max) y la derecha para circulación a baja velocidad, sobre todo con lluvias: reza el cartel instalado en los prestamos de la autovia —CON LLUVIA: 80 KM. MAX—. Por esa mano circulaba un ómnibus de dos pisos, a una velocidad aproximada de 100 km.; el mismo no llevaba encendidas ni las luces de posición, ni las reglamentarias por ley: LUCES BAJAS. Su acrílico trasero izquierdo estaba roto y realizaba maniobras, sencillamente temerarias. En una de ellas cuando intentaba rebazarlo por mi sector, es decir el izquierdo, el ómnibus de la empresa Ruta Atlantica, patente CDI 882,creo que interno 214, inclinó semejante mole sobre nosotros, haciendo que mi vehículo derrapase peligrosamente y encerrando del mismo modo a otro automovilista que pretendía pasar. De milagro y porque creo no era nuestro día, volví a la carretera, pasé al ómnibus y el chofer con toda su desfachatez e imprudencia, me insultó con vehemencia y pretendió perseguirme.
Una vez en el hipermercado, mientras mi señora esposa realizaba las compras, llamé al 911 (Emergencias.!!!¿?) para anoticiarlos sobre el hecho, brindándole primero mis datos completos, DNI incluído, y solicitándoles detuvieran al potencial asesino. La operadora que recibió mi denuncia es la N 132, la que muy delicadamente, me respondió que para que ellos actuasen, debía apersonarme en la Vial Pinamar., caso contrario no podían hacer absolutamente nada. A tal respuesta vino mi contestación : mire srta. operadora, este es un número para emergencias y la policía debe actuar de oficio, para agregar además, que las denuncias, no tienen forma sacramental; es decir, basta con que verbalmente le diga a un representante de la Ley sobre algún ilícito, para que ellos actuaen de inmediato. ¿Está claro? Como lógicamente no quería que las maniobras de este inconciente pesaran en mi conciencia por no haber hecho nada al respecto, volví a comunicarme con el 911, y les solicité a los operador de turno, N 132 y 160, que me comunicaran con su superior, a lo que estos se negaron. Días más tarde, y ante la falta de respuesta a mi denuncia, insistí con el 911 y a las 21,15 hs. el operador N 112 tomó una nueva denuncia de la cual poseo la ID, que aquí les envio: 322922 (denuncia).
Obviamente a estas alturas,el irresponsable podría haber ocasionado varios accidentes, acaso también podría haber sido el responsable del accidente que hoy nos cubre de luto.
Reflexión final: si la ciudadanía toda, y digo toda, no toma cartas en todos los asuntos que hoy nos golpean,entiéndase: robos, tránsito, saqueos, falaz INDEC, monopolio desaforado de las empresas multinacionales que desde hace años dicen prestarnos servicios, impuestos confiscatorios y desiguales, etc, etc, etc.. creanme y guarden este artículo, esto no cambia más. Basta de responsabilizar a terceros... la responsabilidad es nuestra, no podemos soportar más la ignominia, la vituperancia, ni la corrupción a manos de nadie. En democracia (sistema de gobierno en el cual el pueblo tiene participación) es exactamente en esto, en lo que nos equivocamos, no es sufragar y esta todo arreglado, NO EXISTE MAYOR ORGANISMO DE CONTRALOR, QUE EL MISMO PUEBLO.
Y para terminar, .les suplico que si quieren ver a nuestros nietos o bisnietos sin tales calmidades: ¡de-nun-cien! No nos quejemos si no nos quejamos.
Atte.
Gustavo A. Montaña
DNI. 13.916.058
0221-4571164/02255-461724

El color en la arquitectura

Los colores juegan su papel en el curso de una vida, cada color tiene su importancia y los colores en su conjunto ayudan para asegurar una vida normal, por ello no nos equivocamos al decir que al estímulo creado por un color específico responde el organismo entero; según un esquema específico la visión constante de unos colores que luchan entre sí, o la de un esquema de colores discordantes con el sentimiento o gusto, puede producir efectos deplorables en nuestra constitución orgánica; en fábricas y oficinas se ha comprobado que reduce la eficiencia del operario, burócrata o técnico y aumenta el ausentismo, y en los hospitales y clínicas actúa agravando o retardando la curación de las dolencias.
La ambientación de los lugares de trabajo debe responder a normas que van más allá de lo puramente decorativo, se debe proporcionar un ámbito que de al trabajador una sensación de calma, que facilite su concentración en su tarea y estimule su eficiencia y rendimiento en la misma.
Para conseguir situaciones óptimas deben considerarse la calidad de la luz (natural o artificial) y la reflexión que ésta otorga a las superficies coloreadas evitando así los efectos de deslumbramiento.
El verde es un color muy empleado en ambientes industriales combinado con tonos azules. Sugiere tranquilidad, serenidad, da descanso a los ojos de quienes trabajan en interiores.
Un ambiente verde azulado, tiene buenas condiciones de refractancia, pero aparece un tanto frío ante la luz artificial.
La temperatura del ambiente debe contrastarse para hacer más confortable psicológicamente el lugar de trabajo, por lo tanto, si la misma es elevada debe optarse por los colores fríos, (verde, azul) y elegirse tonalidades cálidas (durazno, marfil, crema) si se trata de temperaturas bajas.
A su vez las dimensiones del lugar pueden aumentar o disminuirse visualmente con el empleo del color. Un color claro y único contribuirá a agrandarlas, mientras que en el caso opuesto, una altura excesiva se atenúa dividiendo los muros en sectores horizontales, pintando el superior con un color oscuro que continúe en el cielorraso.
En lo referido al mobiliario y a los elementos de equipamiento a menos que ocupen grandes superficies, pueden seguir la tonalidad general. Los marcos de las ventanas y puertas si se los pinta con tonalidades más claras que la de las paredes disminuye el contraste que se establece con la luz que entra desde el exterior.
Un dormitorio requiere colores suaves y de descanso con poco contraste, mientras que un living admite más contraste, valores ricos y colores alegres.
Para que una habitación sea clara los colores deben ser claros, un matiz intenso podrá ser efectivo en cualidad, pero reduce notablemente la claridad de la misma, factor que debe ser considerado en primer plano.
En las habitaciones pequeñas no deben ser utilizados los colores cálidos, por la cualidad saliente de éstos, tampoco en las grandes los fríos, porque éstos, por su cualidad entrante harán que aquellas parezcan mayores aún.
Cuando los ocupantes de una habitación son temperamentales o nerviosos, deben seleccionarse aquellos esquemas en los que tengan predominio la cualidad fría, y si por lo contrario, son muy sensitivos e introvertidos, serán los colores cálidos y estimulantes.
Los colores puros son siempre insoportables; un azul intenso es deprimente, un amarillo puro, agobia y un rojo brillante crea la máxima excitación. Los suaves verdes, rosas, marfiles, cremas, oros, que sean claros y neutros producirán una sensación fresca, darán el toque, y crearan más el ambiente propio para la estabilidad emotiva.
El concepto del color ya no se considera como un simple valor estético o decorativo, sino como un medio para obtener los mejores resultados funcionales y de ambiente en un bien acordado ajuste con la luz, con los materiales y con las líneas.
Existe un empleo convencional de los colores, basado en motivaciones psicológicas, significados simbólicos o emocionales, indicativo de determinadas situaciones que pueden darse en ambientes de trabajo. Se utilizan entonces con fines de seguridad y si bien no sustituyen a buenas medidas para prevención de peligros, sirven para identificar riesgos específicos si su uso esta normalizado.
En señalización luminosa el rojo es el color más fácilmente reconocible, le siguen el verde, el amarillo y el blanco. El púrpura y el azul, son más difíciles de distinguir, pero en materiales opacos el amarillo es el color más visible, seguido del naranja.
Exteriores arquitectónicos
En los exteriores y fachadas será siempre inconveniente la utilización de colores puros en su más elevada intensidad; éstos, cuando son muy saturados, tienen un carácter de ingenuidad primitiva y son ofensivos para la sensibilidad. Los colores deben estar en relación con el ambiente, con la forma, con la región o localización del edificio y también con las cualidades estructurales y la sensación de peso, espacio, y distancia; el color rompe toda impresión de monotonía. Los colores vivos, solo deben ser utilizados en superficies de pequeñas dimensiones y habrán de ser armonizados con los otros colores y tonos del conjunto.
El uso del color en la arquitectura de exterior no puede ser orientado por el deseo de crear una reacción psicológica impresionante; debe ser ajustado a las cualidades de la forma, a la que de él se quiera obtener, a las cualidades de uso o destino de la edificación y a la atmósfera climática local.
El color en el hogar
El color es el factor más positivo en la decoración de interiores, porque, como ya sabemos, por su simple acción se pueden aclarar habitaciones oscuras, atenuar el efecto deslumbrante de las muy iluminadas, reducir o ampliar espacios, rectificar proporciones, calentar piezas frías, refrescar las cálidas y dar vida a lo apagado y variedad a lo monótono. El color, aliado con la luz, es el más potente generador de descanso, confort y satisfacción; en la agitada y compleja vida de nuestro tiempo, donde el hogar es el oasis que brinda calma al espíritu, sosiego a los nervios y relajación al cuerpo.

Carlos A. Schifano
Arquitecto UBA

Crónica de un delirio

Ofrecemos un fragmento, tomado al azar, de una novela inédita de Juan Pablo Trombetta.

Julio se despierta tratando de recordar un sueño. Apuntándole al centro del inodoro siente el cosquilleo que precede al momento en que uno está a punto de acordarse de algo, está en la punta de la lengua, a punto de surgir pero se demora, difusamente sabemos de qué se trata pero falta el golpe, ese sacudón a las ramas del árbol para que caiga la alta fruta madura. Gira para lavarse las manos. Se está por acordar. Cepilla con fuerza los dientes y salpica el espejo, escupe la mezcla manchada de rojo por culpa de las encías. Se frota la cara con la toalla. Decide salir de su departamento. Le recorre el cuerpo la inminencia de una explosión (como la explosión aliviadora del orgasmo, igual que la idea que tratamos de recordar con esfuerzo inútil y de pronto estalla, sale de su cárcel y se tropieza con la libertad, se esparce). Ya está en la calle. Y por fin consigue acordarse. Allí estaban el largo pelo negro, los brazos finos, la cama tibia. Y una cuerda.
Cuando terminó ese repaso que hacemos de los sueños cuando los sueños son embriagadores, cuando dejó de rumiar sus pensamientos como hacía siempre que caminaba solo, se encontró en los bordes mismos del Riachuelo, es decir en medio del yuyal y los montones de desperdicios y las pequeñas ondas de agua espesa lamiendo el piso sobre el que él estaba de pie, ausente, ajeno y sin tener la menor idea de cómo había llegado hasta allí. El temblor de las aguas, el pegoteo del barro y los olores nauseabundos no lograron sin embargo alejarlo de allí. Se hincó, en cuclillas, e imaginó los viejos navíos de los conquistadores españoles surcando ese mismo riacho pestilente. Sabía que habían pasado por allí. Sabía que un pedazo de historia había atravesado el Riachuelo y estuvo a punto de perderse en nuevos e infinitos delirios. Lo salvaron unos bocinazos y otros ruidos ensordecedores. Se puso de pie y abandonó aquellas orillas. Trepó por el terreno escarpado. Estaba del lado de Valentín Alsina, de modo que cruzó el puente y volvió a Pompeya. Caminó y caminó.
Unas horas después estaba sentado en un bar que no era el del gallego Antonio. Pidió un café fuerte. Tomó el sobre de papel amarillo, lo golpeó dos o tres veces contra la mesa de madera y después lo cortó por uno de sus vértices; derramó el contenido en forma de lluvia sobre el café negro, que humeaba; repitió el gesto con otro sobre y recién entonces revolvió enérgicamente mientras escrutaba con ojos atentos cómo el mozo pasaba un trapo de rejilla sobre el diario que un gordo leía en la mesa de al lado; el gordo tenía un vaso lleno de vino blanco y masticaba un sándwich con ordinariez. Julio dejó la cuchara sobre el plato y contempló la espuma. Aspiró. Miró a su alrededor, reparó en el murmullo. Dio un primer sorbo corto, rápido. El café estaba muy caliente. Pensó en tomar agua y advirtió que el mozo traía una jarra y un vaso.
—Gracias.
El mozo no contestó. Julio volvió a mirar a su alrededor y a través de los cristales de las ventanas. Vació el pocillo en un trago y balbuceó algo —quizás quisiera pedir el diario— pero se arrepintió. El mozo retiró el vaso sin vino del gordo y se alejó hacia la barra. El trapo de rejilla colgaba en el mismo brazo con que sostenía la bandeja. Julio extrajo unos papeles del bolsillo y se puso a escribir.
Dolores
Por momentos no distingo si estoy a orillas del Riachuelo o paseando por el Sena, a punto de abordar un tren de Madrid a Barcelona o un colectivo de Pompeya al centro de Buenos Aires; ideas e imágenes acuden a mi mente en planos simultáneos. Es difícil determinar el límite donde se rozan el tormento y la liberación. Todo es tumulto, revoltijo, vibración constante que a veces encuentra salida y a veces no. Cómo explicarte esa cortina que se derrumba de pronto, esa oscuridad instantánea que me lleva de la euforia a la depresión en una medida de tiempo que sé que no existe; y en esa fracción comprender que volverá la euforia, retornará la depresión y renacerán estos padecimientos intransferibles; y antes de restablecerse el circuito correr a este papel y escribir hasta quedarme sin fuerzas y sin aliento. Alcanzo a sentir la indulgencia de los que me rodean aun cuando no logre conectar mi realidad con la circundante y mi mundo se descalabre como un castillo de naipes, se retuerza y me conduzca a los bordes de la locura mientras escribo para nadie y me pregunto: ¿en qué órbita fuera de toda dimensión se despeñan de súbito nuestras emociones?
Agotado el impulso que guiaba la lapicera, Julio soltó un respingo y estrujó el papel. Pagó el café y salió del bar.
Lo tiré al suelo y no lo destruí porque conservo la ilusión de que alguien lo levante, lo desarrugue, lo lea, aunque este papel no llegue a las manos de Mariana; no puedo comprender qué mecanismo genera en mí estas sensaciones al pensar en que quizás un ser anónimo lea esas líneas dirigidas a Dolores y que ella no va a leer, ni siquiera se va enterar de su existencia, como tantas cosas que ocurren alrededor de nuestras vidas y no nos enteramos, no sabemos que están allí, que alguien escribió una carta que no se atrevió a mandar, o que mandó pero el correo local la perdió, o quizás la perdió el cartero que tendría que haberla entregado; o se mojó ante una lluvia imprevista; o puede haber ocurrido que uno de los carteros (el de origen o el de destino) haya sido asaltado; o que la carta se consuma en un fuego accidental o en un fuego encendido para quemarla; también puede ser que esa carta navegue por uno de los arroyos entubados, en medio de ratas y otras alimañas debajo de una de las avenidas de la ciudad; o que haya caído en una zanja a la vera de una ruta solitaria y se pudra con la lentitud de la yerba mala. O acaso esa carta sea leída, o esté siendo leída en este preciso instante, como puede estar ocurriendo con ese papel estrujado que acabo de arrojar, con esas líneas para Dolores, con esa ilusión absurda, con esos ojos de alguien que ahora se agacha, recoge del suelo ese bollo de papel, lo desarruga con cuidado.
Estoy perdido en el laberinto. Desespero por aferrar la cuerda que a través del tiempo y de Dolores me tiende Ariadna.
Julio se revolvió en la cama, metió la cabeza debajo de la almohada para huir del haz de luz que lo perseguía desde el único resquicio que dejaba la cortina. —¡Alfil por caballo! —se oyó gritar enroscado en la almohada, con los ojos abiertos, el tablero deshaciéndose en el aire, las piezas huyendo hacia todos los rincones. Quedó sentado, la boca pastosa, el gusto rancio. Prefería sacrificar los alfiles con tal de anular los caballos rivales que se convertían para él en verdaderos mecanismos de tortura. Por eso había que hacerlos desaparecer rápido. Poco importaba que el gallego Antonio le insistiera que los alfiles eran más importantes para los finales. Todavía sentado en la cama prendió un cigarrillo; de pronto fue como si el tablero se hubiera recompuesto frente a él y las piezas volvieran desde los rincones. El cigarrillo colgaba de los labios mientras el humo se empeñaba en formar una nube espesa encima del campo de batalla, igual que las nieblas matinales que oprimen las dársenas de los puertos; puso la cara entre las manos y vio cómo dos caballos lo miraban con el brillo de la carcajada perversa. Se cruzaron movimientos rápidos hasta que por fin gritó: —¡Alfil por caballo! —y cayó la pieza blanca fuera del tablero al costo del alfil negro y de un peón. Pero quedaba el otro. Estaba el otro. A través de la ventana entreabierta llegaban el murmullo del mediodía, las sirenas, los gritos, las esperas; todo era un vértigo y una agonía, un retroceso y un avance, una casilla despejada y una jugada imposible. Julio tenía los ojos inyectados de sangre, las manos húmedas, un barullo de latidos en el pecho; un caballo de las blancas reía y acechaba desde el tablero, el otro, desde sus mortajas y su presencia inaudita; el resto de las piezas pasaba a un segundo plano y entonces sobrevino la avanzada de los peones; cayó acorralado y sin escape el otro alfil a cambio de nada. La dama oponente empezó a florearse mientras la propia luchaba por un refugio; torre por torre y las negras cada vez más indefensas; el humo, las risas, los relinchos siniestros. Los movimientos de las negras eran ahora manotazos con la esperanza centrada en el error rival; las blancas parecían escupirle risas de fuego como el demonio que irrumpía en las masturbaciones de Julio en su adolescencia. El hilo de luz, la pizca de viento y las esperas compartidas llegaban desde afuera pero no el auxilio para evitar lo inevitable. Muerta la reina de las negras aquello no fue sino un simple regodeo para los dioses de la humillación y el escarnio; Julio, retorciéndose, exhalaba los alientos del alcohol y no paraba de insultar a los caballos; una y otra vez gritaba: —¡Alfil por caballo! ¡Alfil por caballo! —hasta que cayó de la cama. Por el golpe o por el estruendo que provocó el golpe contra el suelo, las piezas y el tablero se desvanecieron en el acto; Julio se incorporó con dificultad y fue a los tumbos hasta el baño; sosteniéndose con una mano en los azulejos de la pared apuntó al centro del inodoro pero igual salpicó la tabla y las baldosas del piso; sin sacudir ni lavarse las manos salió bamboleante; mientras caminaba desfilaron ante él Napoleón con una medalla en las manos, Ariadna y el abuelo Tito y el loco Houseman. Se sentó en la cama con los ojos rojos y el corazón a los golpes. Revolvió como pudo entre la maraña pantanosa de una antigua lucidez: —¡La novela! —gritó. Corrió a la Olivetti, tomó una hoja, la enroscó en el carro, encendió un cigarrillo empezado, se puso a golpear las teclas.

Cuentos Zen

La fresa silvestre

Un hombre viajando a través de un campo se encontró con un tigre. Huyó corriendo, mientras el tigre corría tras de él pisándole los talones. Llegando a un precipicio, se agarró de la raíz de una enredadera salvaje y se deslizó por el borde. El tigre lo olfateaba desde arriba. Temblando, el hombre miró hacia el fondo del precipicio, donde otro tigre esperaba ávido su caída para comérselo. Sólo la enredadera lo sostenía. Dos ratones, uno blanco y otro negro, empezaron a roer la enredadera. El hombre vio una deliciosa fresa cerca de él. Agarrándose de la enredadera con una mano, alcanzó la fresa con la otra. ¡Qué dulce sabía…!
¡Eso es vivir el momento y olvidarse de "paranoias"! Total, lo que tenga que pasar pasará, pero eso no impide que disfrutemos cada momento y lo vivamos con intensidad. ¡Y las fresas silvestres están buenísimas!

Carta jefe Seatle

En 1854, el gran jefe blanco de Washington hizo una oferta por una gran extensión de tierras indias, prometiendo crear una "reservación" para el pueblo indígena. La respuesta del Jefe Seattle ha sido descripta como la más bella y profunda declaración hecha sobre el medioambiente.
El Chasqui, como todos los años, la reproduce aquí íntegramente.
¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento, ni aun el calor de la tierra? Dicha idea nos es desconocida. Si no somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas, ¿cómo podrán ustedes comprarlos? Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada brillante mata de pino, cada grano de arena en las playas, cada gota de rocío en los oscuros bosques, hasta el sonido de cada insecto es sagrado a la memoria y al pasado de mi pueblo. La savia que circula por las venas de los árboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas.
Los muertos del hombre blanco olvidan su país de origen cuando emprenden sus paseos entre las estrellas; en cambio nuestros muertos nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra, puesto que es la madre de los pieles rojas. Somos parte de la tierra y asimismo ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el venado, el caballo, la gran águila, estos son nuestros hermanos. Las encrespadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y del hombre, todos pertenecemos a la misma familia.
Por todo ello, cuando el gran jefe de Washington, nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestras tierras, nos está pidiendo demasiado. También el gran jefe nos dice que nos reservará un lugar en el que podamos vivir confortablemente entre nosotros. Él se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos. Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Ello no es fácil, ya que esta tierra es sagrada para nosotros.
El agua cristalina que corre por ríos y arroyuelos no es sólo agua sino también representa la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos las tierras, deben recordar que es sagrada y a la vez deben enseñar a sus hijos que es sagrada y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta sucesos y memorias de las vidas de nuestras gentes
El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. Los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed; son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos.
Si les vendemos nuestras tierras ustedes deben recordar y enseñarles a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también lo son suyos y por lo tanto deben tratarlos con la misma dulzura con las que se trata a un hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. El no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es una hermana sino su enemiga y una vez conquistada sigue su camino, dejando atrás la tumba de sus padres sin darle importancia. Secuestra la tierra a sus hijos. Tampoco le importa. Tanto la tumba de sus padres cuanto el patrimonio de sus hijos son olvidados. Trata a su madre la tierra y a su hermano el firmamento, como objetos que se compran, se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devorará la tierra dejando atrás sólo un desierto.
No sé, pero nuestro modo de vida es diferente al de ustedes. La sola vista de sus ciudades apena los ojos del piel roja. Pero quizás sea porque el piel roja es un salvaje y no comprende nada.
No existe lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco ni hay sitio donde escuchar cómo se abren las hojas de los árboles en primavera o cómo aletean los insectos. Pero quizás también esto debe ser porque soy un salvaje que no comprende nada. El ruido sólo parece insultar nuestros oídos. Y después de todo, ¿para qué sirve la vida si el hombre no puede escuchar el grito solitario del chotacabras ni las discusiones nocturnas de las ranas al borde del estanque? Soy un piel roja y nada entiendo. Nosotros preferimos escuchar el susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado con aromas de pinos.
El aire tiene un valor inestimable para el piel roja, ya que todos los seres comparten un mismo aliento: la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco no parece consciente del aire que respira; como un moribundo que agoniza es insensible al hedor. Pero si les vendemos nuestras tierras deben recordar que el aire nos es inestimable, que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento que dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida, también recibe sus últimos suspiros. Y si les vendemos nuestras tierras ustedes deben conservarlas como cosa aparte y sagrada, como un lugar donde hasta el hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las flores de las praderas.
Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, yo pondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto a miles de búfalos pudriéndose en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy salvaje y no comprendo cómo una máquina humeante puede importar más que el búfalo al que nosotros matamos sólo para sobrevivir.
¿Qué sería del hombre sin los animales? Si todos fueran exterminados el hombre también moriría de una gran soledad espiritual; porque lo que le suceda a los animales también le sucederá al hombre. Todo va enlazado.
Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra está enriquecida con las vidas de nuestros semejantes, a fin de que sepan respetarla. Enseñen a sus hijos que nosotros hemos enseñado a los nuestros que la tierra es nuestra madre. Todo lo que ocurra a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos.
Esto sabemos: la tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra. Esto sabemos. Todo va enlazado, como la sangre que une a la familia. Todo va enlazado.
El hombre no tejió la trama de la vida, él es sólo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo dios pasea y habla con él de amigo a amigo, queda exento del destino común. Después de todo, quizás seamos hermanos. Ya veremos. Sabemos una cosa que el hombre blanco quizás descubra un día: nuestro dios es el mismo dios. Ustedes pueden pensar ahora que él les pertenece lo mismo que desean que nuestras tierras les pertenezcan. Pero no es así. Él es el dios de los hombres y su compasión se comparte por igual entre el piel roja y el hombre blanco. Esta tierra tiene un valor inestimable para él y si se daña se provocaría la ira del creador. También los blancos se extinguirán, quizás antes que las demás tribus. Contaminan sus lechos y una noche perecerán ahogados en sus propios residuos. Pero ustedes caminarán hacia su destrucción rodeados de gloria, inspirados por la fuerza del dios que los trajo a esta tierra y que por algún designio especial les dio dominio sobre ella y sobre el piel roja.
Este destino es un misterio para nosotros pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlantes ¿Dónde está el matorral? Destruido. ¿Dónde está el águila? Desapareció. Termina la vida y empieza la supervivencia.

El Chasqui en La Higuera

El Chasqui en La Higuera - Parte VI y final
(Las entregas del I al V pueden leerse en la edición de Marzo)

En el pueblo de Pucará, próximo a La Higuera, decía que conocimos a los vascos Josu y Gorka, quienes propagan la causa de la independencia que los vascos persiguen desde siempre respecto del estado español y del estado francés; en el caso de Josu, trabajó varios meses en Bolivia con los "Movimientos sin tierra" y los "Movimientos sin techo"; allí tomó unas fotos maravillosas que pude apreciar cuando él nos visitó, a fines de noviembre, y que son fiel testimonio de una realidad terrible. Conservo varias copias enmarcadas que me dejó como regalo, una de las cuales pertenece, precisamente, al monumento al Che Guevara emplazado en La Higuera.
El asunto es que aquel domingo 7 de octubre, al caer la tarde, nos subimos a la camioneta de Carlos y familia, unos campesinos que habían alojado en su casa a los vascos y a una pareja de jóvenes chilenos malabaristas. Llegamos ya de noche de regreso a La Higuera y nos encontramos con muchas de las personas con las que permanentemente coincidíamos en algún punto de Vallegrande, como Marina, Ramón, Felisa, Judith; hasta la escritora ecuatoriana María Garcés, a quien ya he mencionado en referencia a la presentación de su libro en Vallegrande, cambió de idea y permaneció para asistir a los actos, cosa que en un primer momento había descartado. Una vez allí todo era una fiesta; poca gente había llegado en forma corporativa y éramos muchos más los que lo habíamos hecho en solitario o en pequeños grupos desde diferentes puntos del planeta. El acto en sí no me conmovió demasiado pues la oratoria convierte a mucha gente en aburrida, reiterativa y por demás retórica; sí fue impactante cuando, tras los discursos de rigor, se abrió el escenario para todo aquel que quisiera expresarse, ya fuera desde lo musical o simplemente para decir lo suyo, hasta para gritarlo. La música y el baile sorprendieron a varios alrededor de la gran hoguera que se había dispuesto; allí podía uno conversar de todos los temas con gente de todas partes, cada uno con sus inquietudes, con sus esperanzas y también con sus desilusiones.
Hacia el mediodía del lunes 8, tras desayunar en el almacén de una señora que había vivido los episodios del ´67, nos subimos a una combi manejada por el joven intendente del pueblo de Pucará, que se hacía una "changa" extra pues no había medios de transporte público para salir de La Higuera. En Pucará descubrimos que la "flota" (así llaman en Bolivia a los micros de larga distancia) no pasaría, como nos habían asegurado, por el pueblo, de modo que estábamos varados y con buenas posibilidades, en tal caso, de perder el pasaje de regreso a Buenos Aires para el día siguiente desde Santa Cruz de la Sierra. Nos quedamos en la plaza y un par de horas más tarde apareció un camión en el que viajaban cuatro norteamericanas que estaban realizando trabajos voluntarios en Bolivia y también unos turistas alemanes; nos subimos y así pudimos volver a Vallegrande sin contratiempos. Esa misma noche se realizaba un recital que daba cierre a las jornadas, cuyo artista principal sería Daniel Viglietti.
Pero antes fuimos con Tony a asegurarnos el regreso hasta Santa Cruz para la mañana siguiente, bien temprano, junto con la ecuatoriana María, que también viajaba a Buenos Aires a la casa de su hija. Esa misma noche, en el mismo barcito donde lo habíamos conocido y había improvisado un mini-recital privado, volví a coincidir con el cantautor boliviano Jaime Juarano; en ese momento yo estaba solo comiendo un chorizo con papas fritas y una cerveza; él estaba ahí nomás, también comiendo algo; desde luego yo lo reconocí en seguida, pero lo sorprendente fue que él, en cuanto me vio, sin pronunciar palabra y con una sonrisa elocuente, levantó el vaso en un brindis simbólico.
Horas después, esperé que terminara su conmovedora actuación en la plaza repleta de gente, me acerqué a un costado del escenario y, cuando no quedaba nadie alrededor, me acerqué a saludarlo. Sólo dije "gracias" y el tipo, empapado por el esfuerzo y por la entrega feroz en cada canción, me dio un abrazo que todavía hoy me estremece.
El viaje se terminaba, unos pocos días muy intensos nos permitieron vivir una experiencia humana de las que uno cree salir diferente, un auténtico antes y después.
En aquellos momentos no logré detenerme a escribir ni una línea, concentrado en disfrutar las emociones, del mismo modo en que no nos detuvimos a tomar ni una foto. Todo lo llevábamos dentro, y quizás por eso me costó tanto rescatar aquellos hechos varias semanas después de haberlos vivido.


Juan Pablo Trombetta

miércoles, 9 de abril de 2008

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