viernes, 11 de abril de 2008

Tapa

Chau, Seba


Si para todo hay término y hay tasa
Y última vez y nunca más y olvido
¿Quién me dirá de quién en esta casa
sin saberlo nos hemos despedido?


Fragmento del poema "Límites", de Jorge Luis Borges


Escribo estas líneas con el ardor viscoso en los ojos y la incredulidad retorciéndose en las tripas como una serpiente venenosa. Acabo de llegar del Hospital de Villa Gesell. Hace un par de horas, esta mañana del jueves 3 de abril, ha muerto Sebastián Capurro, de la Proveeduría de Mar de las Pampas y, en su momento, del Kiosco Yo Soy. Hace veinticuatro horas exactas Gloria fue a comprar un par de vinos y él le contaba que, por la noche, habrían de llegar las nuevas heladeras para la carnicería. Absolutamente nadie podría imaginarse que esa terrible noche de miércoles, en plena descarga, un vidrio iría a producir el hueco por donde sin remedio a Seba se le escaparía la vida. Estaba en ese instante el Flaco Aprile, bombero voluntario que actuó de inmediato en los primeros auxilios y que junto con el oficial Pereira, del destacamento de Mar de las Pampas, se encargó del urgente traslado hasta el Hospital de Villa Gesell. Pero la cantidad de sangre perdida hizo que, a pesar de la celeridad con que actuaron todos, incluidos los médicos, nada se pudiera hacer para evitar lo inevitable. Y no hubo milagro alguno.
Estos son los momentos donde uno se pregunta y repregunta y no puede por ningún lado encontrar consuelo ni mucho menos respuestas. Una vez más declaro mi más absoluta y sana envidia hacia aquellos que profesan una fe sincera y entonces hallan alivio en su dios, cualquiera que fuese, de cualquier religión, pero en definitiva un ser hacia quien rendirse y aceptar esas fatalidades que no pueden entrar en los cerebros de muchos de nosotros, acaso no incrédulos, pero sí incapaces de comprender, de resignarnos ante la magnitud desmesurada de un episodio tan torpe, tan injusto, tan...
Las palabras muchas veces se agotan aunque las lágrimas no paren de correr y el estómago no deje de sentir el vacío helado y cruel de lo inexplicable. De lo intolerable. Allí está Noelia, la mujer de Sebastián, y Lupina, la hijita de un año, y Mica, la hija de diez, y la mamá, y los hermanos, y el quiebre total de Martín Capurro, el primo, el amigo, el compinche.
No hay palabras, no hay manera. Imposible entender que uno ya no va a entrar a la Proveeduría para ver a Sebastián el "eléctrico", el que siempre va y viene (me niego a usar el pasado, me resisto, me rebelo y tengo que morder la rabia y el llanto), el que tiene proyectos, el que emprende, el que se muda, el que apechuga y tira para adelante, el que tiene palabra, el que, a los que lo conocen poco, puede parecerles a golpe de vista corto y tajante pero no es eso más que la máscara de un gran tímido, de un tierno, de un pibe de barrio sin dobleces. ¿Cómo, cómo entender?, me lo pregunto y entonces pienso, si yo no lo abarco, ¿qué será entonces para los íntimos, para los que de golpe y porrazo se quedarán sin la presencia cotidiana? Y pienso también en Ivana, una más en ese luchador equipo de la Proveeduría. Y otra vez mientras escribo me invade la angustia y la bronca y la impotencia. No puedo tamizar. No pienso corregir ni mitigar ni pulir ni embellecer, sólo estoy haciendo una catarsis silenciosa, con estas teclas que aprieto con furia, con una impotencia que me recorre sin pausa y con mucha prisa anudándome aquí y allá en una sucesión de espasmos involuntarios.
Trato de calmarme un poco e intento el repaso, busco las primeras imágenes, aquel primer llamado a la redacción de El Chasqui, bah, a mi casa, a la casa que habitamos con Gloria y los chicos desde que elegimos el bosque de Mar de las Pampas como después lo elegiría Sebastián con sus planes y sus proyectos y con la vida recorriéndolo de cabo a rabo; y recuerdo ese primer llamado, cuando me contaba que se haría cargo del Kiosco Yo Soy, en Repetto y Las Toninas, hace ya cinco o seis años; y después la época en que hicimos el intento del club, ahí al lado, y a cada rato íbamos a comprar unas galletitas, o un pedazo de queso, o fiambre, o incluso él pasaba a jugarse un truco o una partida de ajedrez, o "donaba" algún paquete de café para el club; y más acá en el tiempo recuerdo la época, hacia fines de 2006, de asumir la decisión de irse del privilegiado lugar en la avenida principal para mudarse al "fondo", junto al vivero, frente al destacamento policial; lo recuerdo muy bien, transpirado y agitado, de acá para allá con la camioneta del "Rana" mudando máquinas, heladeras, víveres; y el año pasado la llegada de Lupina, el traslado diario desde Gesell, porque el nuevo local no tenía vivienda, el esfuerzo cotidiano de "remar" con otros trabajos para salir adelante. Para este año se había asegurado el alquiler de una casa ahí nomás de la Proveeduría y andaba con esto de la compra de la heladera para la carnicería, la heladera...
Ahora me remito a esa última imagen que buscamos ante estas desapariciones súbitas y escalofriantes, esa última charla, ese último encuentro que me conduce a los versos de Borges que ya mismo decido llevar a la tapa, aquellos de: "...sin saberlo nos hemos despedido", y me retrotraigo al sábado 15 de marzo, a una noche maravillosa; muchos vecinos de Mar de las Pampas nos juntamos allí, en la casa de "Pata" y el "Rana", mezcla de festejo por inauguración de la casa, por cumpleaños de "Pata", por Manuela y también por ganas de festejar, de bailar, de pasarlo bien entre amigos, entre vecinos; allí estuvo Sebastián —que también acababa de cumplir años—, con su hija Micaela, charlando acerca de su timidez y más verborrágico que de costumbre. Después de la comida y el baile llegó el fogón, la guitarra, el pedido de una u otra canción; él estaba en la ronda junto al fuego, justo a mi lado; estaba contento, disfrutaba, cantaba, compartía con nosotros su alegría y lo hacía notar, se le veía en la cara sonriente, luminosa, plena de vida. Resultó de por sí y por diversos motivos una noche inolvidable, que se extendió hasta el amanecer; ahora, para muchos de nosotros, lo será aún más.
Sé que estas palabras son inútiles, apenas si me servirán como desahogo —y a los demás acaso no les servirán para nada—, las vine incubando mientras caminaba desde el Hospital, en esa vana búsqueda de respuestas, rumiando bronca, tratando de acostumbrarme a la impotencia.

Juan Pablo Trombetta

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