viernes, 11 de abril de 2008

El Chasqui en La Higuera

El Chasqui en La Higuera - Parte VI y final
(Las entregas del I al V pueden leerse en la edición de Marzo)

En el pueblo de Pucará, próximo a La Higuera, decía que conocimos a los vascos Josu y Gorka, quienes propagan la causa de la independencia que los vascos persiguen desde siempre respecto del estado español y del estado francés; en el caso de Josu, trabajó varios meses en Bolivia con los "Movimientos sin tierra" y los "Movimientos sin techo"; allí tomó unas fotos maravillosas que pude apreciar cuando él nos visitó, a fines de noviembre, y que son fiel testimonio de una realidad terrible. Conservo varias copias enmarcadas que me dejó como regalo, una de las cuales pertenece, precisamente, al monumento al Che Guevara emplazado en La Higuera.
El asunto es que aquel domingo 7 de octubre, al caer la tarde, nos subimos a la camioneta de Carlos y familia, unos campesinos que habían alojado en su casa a los vascos y a una pareja de jóvenes chilenos malabaristas. Llegamos ya de noche de regreso a La Higuera y nos encontramos con muchas de las personas con las que permanentemente coincidíamos en algún punto de Vallegrande, como Marina, Ramón, Felisa, Judith; hasta la escritora ecuatoriana María Garcés, a quien ya he mencionado en referencia a la presentación de su libro en Vallegrande, cambió de idea y permaneció para asistir a los actos, cosa que en un primer momento había descartado. Una vez allí todo era una fiesta; poca gente había llegado en forma corporativa y éramos muchos más los que lo habíamos hecho en solitario o en pequeños grupos desde diferentes puntos del planeta. El acto en sí no me conmovió demasiado pues la oratoria convierte a mucha gente en aburrida, reiterativa y por demás retórica; sí fue impactante cuando, tras los discursos de rigor, se abrió el escenario para todo aquel que quisiera expresarse, ya fuera desde lo musical o simplemente para decir lo suyo, hasta para gritarlo. La música y el baile sorprendieron a varios alrededor de la gran hoguera que se había dispuesto; allí podía uno conversar de todos los temas con gente de todas partes, cada uno con sus inquietudes, con sus esperanzas y también con sus desilusiones.
Hacia el mediodía del lunes 8, tras desayunar en el almacén de una señora que había vivido los episodios del ´67, nos subimos a una combi manejada por el joven intendente del pueblo de Pucará, que se hacía una "changa" extra pues no había medios de transporte público para salir de La Higuera. En Pucará descubrimos que la "flota" (así llaman en Bolivia a los micros de larga distancia) no pasaría, como nos habían asegurado, por el pueblo, de modo que estábamos varados y con buenas posibilidades, en tal caso, de perder el pasaje de regreso a Buenos Aires para el día siguiente desde Santa Cruz de la Sierra. Nos quedamos en la plaza y un par de horas más tarde apareció un camión en el que viajaban cuatro norteamericanas que estaban realizando trabajos voluntarios en Bolivia y también unos turistas alemanes; nos subimos y así pudimos volver a Vallegrande sin contratiempos. Esa misma noche se realizaba un recital que daba cierre a las jornadas, cuyo artista principal sería Daniel Viglietti.
Pero antes fuimos con Tony a asegurarnos el regreso hasta Santa Cruz para la mañana siguiente, bien temprano, junto con la ecuatoriana María, que también viajaba a Buenos Aires a la casa de su hija. Esa misma noche, en el mismo barcito donde lo habíamos conocido y había improvisado un mini-recital privado, volví a coincidir con el cantautor boliviano Jaime Juarano; en ese momento yo estaba solo comiendo un chorizo con papas fritas y una cerveza; él estaba ahí nomás, también comiendo algo; desde luego yo lo reconocí en seguida, pero lo sorprendente fue que él, en cuanto me vio, sin pronunciar palabra y con una sonrisa elocuente, levantó el vaso en un brindis simbólico.
Horas después, esperé que terminara su conmovedora actuación en la plaza repleta de gente, me acerqué a un costado del escenario y, cuando no quedaba nadie alrededor, me acerqué a saludarlo. Sólo dije "gracias" y el tipo, empapado por el esfuerzo y por la entrega feroz en cada canción, me dio un abrazo que todavía hoy me estremece.
El viaje se terminaba, unos pocos días muy intensos nos permitieron vivir una experiencia humana de las que uno cree salir diferente, un auténtico antes y después.
En aquellos momentos no logré detenerme a escribir ni una línea, concentrado en disfrutar las emociones, del mismo modo en que no nos detuvimos a tomar ni una foto. Todo lo llevábamos dentro, y quizás por eso me costó tanto rescatar aquellos hechos varias semanas después de haberlos vivido.


Juan Pablo Trombetta

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