El Maestro Dogen contaba la siguiente anécdota de su vida:
Cuando estuve en el monte Tendo, un monje que se llamaba Lu, tenía a su cargo la responsabilidad de Tenzo (cocinero del
monasterio). Un día, después de la comida, cuando me dirigía de un edificio a otro por un corredor, divisé a Lu secando
hongos a pleno sol. No llevaba sombrero y el sol pegaba tan fuerte que las losas del patio ardían. Lu trabajaba duramente,
empapado en sudor. Pensé que ese trabajo era demasiado duro para él, un anciano con la espalda encorvada y las cejas
completamente blancas.
Me acerqué y le pregunté su edad. Me dijo que tenía sesenta y ocho años. Luego le pregunté que por qué no se hacía ayudar
por algún asistente.
«Los otros no son yo», respondió.
«Es verdad», le dije. «Me doy cuenta que su trabajo es la acción del Dharma. Pero, ¿por qué trabajar tan duramente bajo este
sol abrasador?»
Lu me respondió:
«Si no lo hago ahora, ¿cuándo podré hacerlo?»
Críticas
En cierta ocasión, un brahman celoso del Buda Shakyamuni fue a verle y, lleno de ira y resentimiento, comenzó a llenar de improperios y a insultarle duramente.
El Buda lo escuchaba pacientemente, sin alterarse ni responder a los reiterados insultos que el brahman le dirigía.
Después de un buen rato el hombre se cansó de sus ataques verbales y se calló. Entonces el Buda le preguntó:
«¿Ha terminado ya?»
El hombre no respondió.
«¿Recibe visitas en su casa?» le preguntó el Buda.
«Sí, a menudo», contestó el hombre intrigado.
«Y, ¿le ofrece a sus visitantes comida y bebida?», indagó el Buda.
«¡Desde luego! Esa es la costumbre», contestó el brahman.
«Y si las visitas no las quieren, ¿qué hace usted?»
« No me importa. La como y la bebo yo mismo», dijo el brahman.
Entonces el Buda Shakyamuni dijo:
«Eso mismo debe de hacer con sus críticas. Ha sido muy amable al invitarme a sus críticas, pero yo no las quiero. No quiero compartirlas con usted, así que cómaselas solo».
El brahman, avergonzado, no supo qué decir.
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