Las puertas del cielo
Un pobre hombre, un ascético muy profundo que había renunciado a todo, llegó a la puerta del Cielo. No llevaba nada con él, estaba desnudo. Había sido un faquir desnudo durante muchas vidas. No había tocado el oro en muchas vidas, y no había acumulado nada en muchas vidas. Era un perfecto ascético. Golpeó la puerta del Cielo y ésta se abrió.
El hombre que abrió la puerta miró al ascético y le dijo: «Podrás entrar sólo cuando te hayas deshecho de todas tus posesiones.»
Estaba desnudo y sin posesión alguna. El faquir desnudo se lanzó a reír. Dijo: «¿Eres tonto? No tengo nada. ¿No ves? ¿Eres ciego? Estoy completamente desnudo, sin ninguna posesión.»
El hombre empezó a reírse y dijo: «Sí que puedo ver, pero veo más profundamente. Adentro, te tienes a ti mismo, y esa es la única posesión que obstaculiza tu ingreso. No nos preocupa qué ropa tienes puesta, o que no tengas ropas. Ése no es el punto. Lo fundamental es si te traes a ti mismo; sólo entonces podrás entrar.»
El ascético se puso furioso. Tuvo un ataque. Dijo: «¡Soy un gran ascético, tengo miles de seguidores en la Tierra!»
Le replicó el hombre, el cuidador de la puerta: «Justamente ése es el problema, que tienes miles de seguidores y que eres un gran ascético. ¡Deja eso de lado! Si no lo haces, tendré que cerrar la puerta.»
Y tuvo que cerrarla. El ascético tuvo que regresar.
Recuerda: solamente tú eres la barrera; por eso el vacío es la puerta.
viernes, 21 de mayo de 2010
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