La Película
Apenas había pasado semana santa y nuestra reunión habitual de los miércoles en Mar de las Pampas se vio alimentada por la esporádica visita del Cumpa, nuestro amigo jujeño que hacía más de cinco años que no nos visitaba. Por ese mismo motivo, porque el Cumpa se marcharía de regreso al norte al otro día, fue que la reunión de los miércoles se adelantó para un lunes. También coincidió con la presencia de Coty Aldazábal, el poeta y artesano que tiene su casa aquí y pasa todos los veranos pero que rara vez está entre nosotros para fines de abril. Lo concreto es que éramos nueve, un número casi récord para nuestra reunión semanal y mucho más en esta época del año. Juan Forn, mientras tanto, una de las últimas incorporaciones (junto a Juan Manuel Giménez) del elenco estable, conocía a Coty pero no habían coincidido todavía en un miércoles (perdón, lunes) de machos. Al Cumpa, en cambio, era la primera vez que lo veía. Fue una de esas reuniones encendidas, con matices y altibajos, con carcajadas y momentos de silencio, con todos lo condimentos que las mantienen vivas después de tntos años. Todos nosotros sabemos lo que es Coty relatando anécdotas, o el Cumpa, de manera que aquel fue un contrapunto desopilante, sin desperdicio alguno. En un momento, como muchos no lo conocían, azuzamos a Coty para que hiciera el minucioso relato de su experiencia en una película en la que estaba a cargo de los efectos especiales. La mayoría revivió y repasó a las carcajadas la verdadera interpretación de Coty, sin duda ensoberbecido ante la repercusión en sus espectadores, ocho destartalados cuyas edades recorren desde los cuarenta y dos del más pibe hasta los sesenta y cinco del decano. (Aclaración: en el elenco el más pibe es el Negro César, que con tiernos treinta y ocho es el único que ni siquiera alcanzó el club de los cuarenta, pero ese miércoles/lunes no estaba). Así, Juan quedó absorto y agradecido pues comprendió en el acto que Coty, con su relato y su histrionismo natural, acababa de resolverle el dilema de la entrega de la nota que le reclamaban desde Buenos Aires para la contratapa de los viernes, en el diario Página/12.
La reunión se fue disipando con la retirada de los que se van primero, en general siempre los mismos, incluso en el orden exacto de esa retirada. Los más noctámbulos y trasnochadores terminamos cerca de las cinco de la mañana en una charla de tono intimista, esos silencios de la madrugada en que los amigos nos ponemos a filosofar con solemnidad pero también de una manera auténtica, sincera. La cosa es que al mediodía se apareció por casa Juan Forn, preguntándome si sabía si Coty ya se había vuelto a sus pagos. Le contesté que tomaría el micro de las once o doce de la noche. Juan quería tomar nota del final preciso de la anécdota, ya que producto del fervor de la noche, parece que Coty no la habia redondeado. En cuanto supe que lo buscaba por el asunto de la contratapa para Página, le propuse rastrearlo. Por fin, después de un par de intentos rápidos y fallidos, comimos algo en Green Port y, la tercera es la vencida, finalmente dimos con Coty en su casa. Ahora sí, avisado de las intenciones de Juan, Coty finalizó el cuento de la película de los buitres con lujo de detalles. Y entonces, ese mismo viernes 29 de abril, los lectores de Página 12 conocieron la historia narrada brillantemente por Juan. (En la página 10 de esta misma edición, compartimos la nota).
Y todo esto, que ya pensaba llevar el título de La Película, lo escribo el domingo 15 de mayo, pocas horas después de que Martín Palermo filmara la última escena de la suya. Como bostero consumado y recalcitrante, si bien he perdido algo de mi antiguo fanatismo por Boca y por el fútbol al paso de los dimes y diretes, léase negociados, barras bravas y otras delicias que nos hacen sentir de lo más tontos a la hora de gritar un gol, nada de ese fanatismo atemperado se manifiesta al momento de cruzarnos con los queridos primos. Siempre, de muy chico, el Boca - River y su resultado marcaron mi ánimo posterior, con un balance ciertamente muy favorable pero con perlistas negras, como el 5 a 4 a favor de ellos en la cancha de Vélez, hace casi 39 años; aún hoy recuerdo el estupor y la incredulidad de mis trece añitos. Bueno, pero hoy, 15 de mayo, el bueno de Martín filmó la última escena, esa del gol por arriba de la cabeza de Carrizo. Ahí, aunque por supuesto también dos minutos antes, en el gol que se hizo el arquero de ellos, perdí la compostura. Lo grave es que esa mañana, en la canchita de Mar Azul, jugando al fútbol me había quedado casi doblado de un tirón en la cintura; llegué a casa caminando las dos cuadras desde la parada del colectivo con mucho esfuerzo; en ese estado, tirado en la cama, me dispuse a sufrir el clásico. No recuerdo otra oportunidad, desde que los eliminamos de la Copa Libertadores en la inolvidable semifinal del 2004, en que haya soñado con tanta fuerza con ganarles y, más que nada, con un gol de Palermo. Fue por eso que en el segundo gol me descontrolé más. Dicen mis hijos que en el primero salté como un resorte y grité como enajenado, pero en el segundo le sumé un aterrizaje en palomita sobre la cama.
Desde ya la cintura me lo está recordando de forma contundente. Y entonces vuelvo a la película, empecé con aquella narración de los efectos especiales manejados por Coty en la película de los buitres y la contratapa de Juan Forn en Página, sigo con las imágenes que a todos se nos cruzan, hinchas de Boca o no, por ejemplo en el gol agónico bajo el diluvio en el Monumental, cuando aseguró la clasificación del seleccionado argentino para el mundial de Sudáfrica 2010. Después, claro, hay para todos los gustos y colores. Hace mucho tiempo que intento buscar y no encuentro explicación para la locura que despierta el fútbol en personas de todas las edades y cualquier sexo, clase social, raza, credo o grado de instrucción. Se hablará de la pasión, desde ya, pero pasión hay en muchos otros casos y se manifiesta de otro modo. Quedará entonces para sociólogos, sicólogos y hasta para los antropólogos ahondar y buscar respuestas si es que éstas existen. Lo de pan y circo, por supuesto ni lo considero por lo obvio y porque ya ha sido superado como ensayo de explicación. Habrá otras energías, otras fuerzas intangibles que van sin duda más allá del plano consciente. Es una pelota, once tipos tratando de meterla en el arco de los otros once y viceversa. Es un enorme negocio, lo sé, pero es también mucho más que eso. Acaso no nos demos cuenta y estemos todos metidos dentro de otra gran película.
Juan Pablo Trombetta
1 comentario:
Coty, si lo conocí en Patagonia, inolvidable.!!!
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