Lisi y Elías, de La Mandrágora
Un espacio de arte en Mar Azul
Le toca el turno a los vecinos de Mar Azul. Estuvimos con Lisi y Elías, quienes hace ya varios años habilitaron en su casa un espacio de arte en el que, durante la temporada de verano, exponen sus obras diferentes artistas. Quisimos saber, como en los casos anteriores, cómo había sido el enganche con el lugar, ese click que disparó en el acto un proyecto, un sueño que se plasmaría en realidad.
Fuimos a La Mandrágora; me senté en una banqueta mientras Elías pintaba los marcos de una ventana y Lisi dejaba por un rato los preparativos para la inauguración de la muestra. De entrada habló Lisi: «Era el verano ´95/´96 y estábamos veraneando en Mar del Plata; tocó un día horrible y decidimos salir a pasear; yo quería llegar hasta Villa Gesell, donde había pasado las vacaciones de mi adolescencia, de modo que agarramos la ruta 11 hacia el norte» Acá interrumpe Elías, sin dejar de pintar: «Sí, pero acordate que íbamos entrando en todos los pueblos: nos metimos en Santa Clara del Mar, en Mar de Cobo, Mar Chiquita...». «Sí, sí -retoma la palabra Lisi, entusiasmada- es verdad; me acuerdo que nos venía persiguiendo una tormenta negra, espesa, todo el tiempo detrás de nosotros en la ruta... la cosa es que antes de llegar a Villa Gesell nos topamos con el cartel de acceso a Mar Azul y decidimos entrar a conocer. Tomamos la 33 derecho; en ese tiempo lo único que había era la cabañita de madera con venta de miel y, al llegar a la avenida Mar del Plata, grande fue la sorpresa al ver cruzar de los más panchos a un grupo de gansos... después sabríamos que eran los de Floreal, que tenía la cabaña por esa zona; lo único que recuerdo como negocio es el supermercado Gigante, en la esquina de la 35 y Mar del Plata. Quedé impactada por esa naturaleza viva, ese lugar soñado, y en el acto le dije a Elías: «el año que viene quiero veranear acá». Así fue que al año siguiente vinimos al camping de Ingenieros, para lo cual nos compramos carpa y accesorios, porque no teníamos nada. Nos vinimos en familia, ubicamos el campamento cerca del mar y yo enloquecía al ver los topos y las mulitas que circulaban libremente. Dos años después, ya con un equipamiento más sofisticado, nos volvimos a instalar con la familia en el camping de Ingenieros. Ahí unos amigos estaban buscando lote y nos tentamos. Lo fuimos a ver a Abal, que nos mostró varios terrenos hasta llegar a éste, en la calle Viña del Mar entre 35 y 36. La calle era más bien un sendero y los espejos del auto raspaban los álamos; Abal nos decía que los límites del lote eran más o menos «de acá para allá», y daba unas largas zancadas; aquello más que un matorral espeso parecía el impenetrable. Nos decidimos enseguida. Llenos de entusiasmo nos pusimos a limpiar aquello que suponíamos nuestro lote. Ahí conocimos a Karina y Tony, de las cabañas El Chaparral, y en septiembre del ´99 empezamos a construir. Queríamos algo de madera y arreglamos con una gente de nuestro barrio (Remedios de Escalada) que hacía casas en el Tigre; nosotros nos habíamos enamorado de una cabaña de Viña y 44, hecha con quebrachos, y de ahí que queríamos hacer nuestra casa en madera, sencilla, Elías hizo una maqueta a escala, en madera, con la que después se hicieron los planos. La casa se levantó sobre estos pilotes (me los muestran) y se terminó en unos cincuenta días. Mientras tanto veníamos los fines de semana y nos alojábamos en El Chaparral. La casa se convirtió en algo emblemático, en el proyecto de los dos, en la casa de la pareja ya que los dos veníamos de experiencias anteriores y yo me había trasladado de Olivos a la casa de Elías en Escalada. Así que ésta era nuestra casa. La fuimos llenanado de cachivaches que nos encantan, cosas viejas, remos, todo tipo de objetos. Pasó un tiempo y aprovechamos el espacio bajo la casa, unimos los pilotes con paredes de piedra y en lugar del garage que pretendía Elías apareció este espacio de arte que funciona desde 2002/2003, todos los años entre enero y febrero. La gente que viene se queda encantada con la casa, con la onda, piden permiso para sacar fotos.»
Finalmente quisimos saber el porqué del nombre: La Madrágora. Contesta Lisi: «Siempre me fascinó esa planta con su halo de misterio alrededor, con sus historias y leyendas; las raíces tienen la forma de un cuerpo de mujer y los alquimistas la usaban. Acá no se da, es de Europa, con una flor bellísima y un olor nauseabundo».
Acá se pusieron a discutir acerca de la leyenda que involucra a los ejecutados en la horca y a la flor de la mandrágora; como no llegaron a un acuerdo quedamos en que indagaríamos y el resultado es éste: según creencias populares crecía bajo los patíbulos donde caía el semen a veces eyaculado por los ahorcados (durante las últimas convulsiones antes de la muerte).
Lisi y Elías cuentan que ni piensan en alquilarla, vienen mucho en invierno con amigos, a disfrutar el hogar porque dicen no temerle al invierno, «que siempre nos recibe bien».
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