sábado, 22 de agosto de 2009

Tapa N 105

Eran otros tiempos
Por Jorge Luis Vázquez

Iniciamos en esta edición una serie de notas, a cargo de Jorge Luis Vázquez, en las que recorreremos las primeras épocas de Mar de las Pampas, la época del loteo, la apertura de las calles, las primeras casas, el agua a los bombazos, la luz a velas, el combate del frío, los turistas pioneros. Un testimnio absolutamente desacartonado e informal, pleno de humor, un anecdotario a cargo de uno de los auténticos protagonistas de los primeros tiempos de Mar de las Pampas.

En Marzo de 1976 me recibo de Ingeniero Civil y a los tres meses me comenta mi padre que comenzaban la apertura de calles en Las Gaviotas, si quería ir a hacerme cargo de la dirección. La empresa era una subsidiaria de Di Tullio, Pavimar, y el convenio era que Mar Azul le pagaba a Pavimar si Di Tullio vendía los lotes de Las Gaviotas; como en esa época Di Tullio tenía todo el corredor atlántico, no tuvo inconveniente en aceptar. Lo que en realidad querían era captar la venta de Mar de las Pampas; es así que llegamos a mediados de junio con el agrimensor Peñalver, un pendejo de 72 años con el cual yo me llevaba fenómeno ya que tenía 25. Llegamos al bungalow, como dije antes a mediados de junio, con un frío de cagarse, con la bomba de agua de mano, sin calefón, con una pantallita de gas y unos chifletes que entraban por las ventanas impresionantes; Rico nos alentaba diciéndonos que él en épocas de frío (todos los días) tiraba alcohol al piso, le prendía fuego y saltaba en bolas de un lado al otro; yo ni mamado lo pensaba hacer, y Peñalver tampoco, porque era muy delgado, le habían sacado dos terceras partes de los intestinos y era un espantapájaros caminando; eso sí, nos dejaron un jeep doble tracción a MANIJA que no arrancaba nunca, y después nos enteramos que todas las mañanas había que sacar las bujías para calentarlas y así, con suerte, poder arrancar el jeep, yo dándole manija y Peñalver tratando de arrancarlo, una joda bárbara. Pero eso no era todo, como dije antes la bomba de agua era manual y para llenar el tanque había que dar ciento cincuenta bombazos, ¿y qué hacía el agrimensor? Meaba en el baño y tiraba la cadena en lugar de mear afuera; esto que parece un chiste fue provocando en mí un odio interesante hacia esta escuálida persona; el trato era el siguiente: como yo no sabía cocinar porque mi padre nunca tuvo tiempo de enseñarme el arte culinario, yo lavaba y Peñalver cocinaba; en épocas de frío (siempre) le colgaban los mocos mientras cocinaba, era una cosa agradabilísima, yo no miraba por aquello de que chancho sin mocos nunca engorda, pero me daba cierta cosa. Un día (había pasado una semana) y Peñalver me comenta que tenía que viajar a Buenos Aires porque tenía unas mediciones pendientes que duraron hasta que se murió. La cuestión es que me dejaba solo 15 días y luego venía, se quedaba 5 días y se volvía a ir. Yo seguía levantando presión. Fue en ese ínterin que aprendí a cocinar; el menú era: entrada: jamón cocido con queso y aceitunas, plato principal: bife de chorizo con puré Chef, a veces papas fritas, y de postre fruta o yogurt, con membrillo o batata; no estaba mal si no fuera porque comía eso día y noche. Hablando de noche, una vez, mientras escuchaba la radio, solo, siento un ruido afuera, me asomo y veo la figura de una persona; con los hombros encogidos y duro estaba el pobre, entonces lo llamé y le pregunté si necesitaba algo, el fulano no contestó, repito la pregunta y nada; ya cuando hice la pregunta por tercera vez estaba con el machete en la mano, y nada; me fui a acostar y de vez en cuando me asomaba y lo veía ahí, duro el ñato. Yo pensé que era uno de los empleados de Cardoso que me venía a preguntar algo y que se había olvidado en el camino del pedo que tenía; a la mañana siguiente me asomo para ver si ya se había congelado y fue grande mi asombro cuando vi en ese mismo lugar donde había estado el peón un lindo pino enano tipo cementerio, cosa e mandinga... Otra noche me había quedado sin comida y para no ir a la Villa me fijé qué había: una botella de vino y un paquete de polenta; me habían explicado detalladamente cómo se hacía pero una cosa era la teoría y otra la práctica; comencé por lo visto poniendo mucho agua y quedaba como una sopa, entonces no tuve mejor idea que tirarle todo el paquete para que tomara mayor consistencia: salió tan dura que la tenía que cortar con cuchillo, y así fue que la comí, un vaso de vino, un bocado de polenta, un vaso de vino, un bocado de polenta. Ya no me acuerdo qué se terminó primero, si el vino o la polenta, lo que sí esa noche pude dormir desvestido por primera vez. A todo esto, cuando hablaba con mi padre, él me decía que aquello era lo mejor que me podía pasar, que estaba en contacto con la naturaleza. Me parece que me estaba jodiendo.
 

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