lunes, 23 de marzo de 2009

Tapa - Nº 100


¡Y llegamos a 100!

Llegamos a cien. Pasaron ocho años y medio desde aquel 5 de octubre del 2000. Pasó de todo en Mar de las Pampas, en el país, en el mundo. A lo largo de estas ediciones muchísima gente colaboró con nosotros de las más diversas maneras y sigue colaborando. Nuestro sentimiento es de sincera gratitud. Hace un par de años publicamos el libro El Chasqui, Tomo 1, que recopila tapas y notas aparecidos en el período 2000-2005 y, también, cuenta los orígenes, los primeros momentos del embrión, la ansiosa preparación de aquellos originales cuyas 8 páginas constituurían el número 1. Por eso, sin olvidar a toda la gente que fue sumando su apoyo con el correr de las ediciones, eligimos el capítulo II del libro para celebrar y para agradecer.
Un día de julio de 2000 que tengo muy presente en mi memoria, mientras veíamos cómo se sacudían las copas de los pinos y el viento no paraba de aullar, le dije a Gloria: "es ahora". Sentí esa rara sensación que es al mismo tiempo indefinible y concreta: estábamos en el momento justo para correr detrás del sueño de ganarnos la vida haciendo aquello que nos apasionaba en el lugar que habíamos elegido para vivir. Y para tirar del carro en yunta estaba Gloria, siempre dispuesta, incondicional, entusiasta y con ese espíritu maravilloso que podría contagiar de fervor al más parco entre los parcos. Mis rotundas limitaciones y nulo interés por adentrarme en el mundo de la computación y sus derivados, dejaban muy en claro que no sería yo precisamente quien pudiera asumir tan delicada tarea. Ella tenía manejo de computación pero jamás había incursionado en el terreno del diseño y mucho menos de revistas, libros o similares. Estábamos a fines de ese mes de julio y la idea era salir para los primeros días de octubre, de modo que, contando los días de impresión y fletes desde Buenos Aires, quedaban dos meses para todo el trabajo. Para darle ánimo le recordé que habría sin duda un elevado "stress" propio de todo cierre de edición y, en nuestro caso, el lógico condimento adicional por las implicancias que habría de tener aquel primer número en la suerte futura del periódico. Hablando en criollo, yo pensaba que era el momento oportuno, porque después podría ser tarde; pero no ignoraba que algo hecho a las apuradas y no muy cuidado podría traer aparejado el inevitable riesgo de "quemar" la idea. Pero ella, muy lejos de amilanarse, sólo puso dos condiciones: la primera consistía en munirnos de una nueva computadora, en reemplazo de la vetusta máquina que teníamos, para trabajar con mayor fluidez (cosa que fue posible gracias a las facilidades que nos dieron en 3C Computación para pagarla en el verano) y la segunda condición era la compra de un par de manuales de uso de los diferentes programas que debería aprender en tiempo récord y con el método de "ensayo y error". Así quedó lanzado el firme propósito de iniciar lo que hoy es El Chasqui.
Más allá de la impronta editorial, que saldría desde adentro sin grandes preparativos, había que considerar el hecho poco grato pero ineludible de afrontar la venta de espacios publicitarios. Si aceptamos que vender publicidad no es asunto fácil imaginemos cuánto se dificulta cuando aquello que vendemos es un intangible, una promesa, algo que nos aseguran será de tal modo pero que sólo veremos una vez plasmado en el papel. Como dicen por ahí: "en la cancha se ven los pingos". Fue así que surgió la idea de colocar, en la doble página central, el plano completo de Mar de las Pampas rodeado de avisos (en aquel primer número sería una "U". Por otra parte pensamos que todos los recuadros para estas publicidades debían ser de idéntico tamaño para que no surgieran diferencias inherentes a la envergadura de tal o cual comercio; si alguien quería poner algo más destacado podía hacerlo en otras páginas. Con esta premisa tomé un gran papel en blanco, una birome, regla, y empecé a realizar los cálculos: tanto espacio para el plano, tanto de alto, tanto de ancho, hasta llegar a las citadas diecinueve casillas. A partir de allí había que decidir muy bien cómo usufructuar de la manera más estética y completa las seis páginas que quedaban contando tapa y contratapa. En muy pocos días armamos el boceto en una hoja de cuaderno y me apresté a encarar la parte crucial, aquella que cuando hoy la rememoro me produce mucho más escozor, muchos más escalofríos que los que en verdad me produjo en aquel momento: era la hora de empezar a efectuar los llamados y ofrecer los espacios o, sin eufemismos, la hora de vender. Cuando iniciamos los cálculos previmos tres salidas para ese verano 2000/2001: octubre-diciembre-enero, y con esa propuesta realicé las primeras entrevistas. El primer llamado para comentar no ya la idea, sino la decisión tomada bajo riesgo propio, fue a Jorge Vázquez, de Mar de las Pampas S.A., empresa dedicada a la venta de lotes y a la construcción. Como él andaba mucho de obra en obra y poco en la oficina de ventas, cuando lo ubiqué por teléfono me dijo que al final del día pasaría por casa. Y cumplió. No serían ni las siete de la tarde de uno de los últimos días de julio cuando Jorge se presentó. Yo sabía que aquella era una prueba de fuego. Un "sí" no garantizaría el éxito posterior al igual que un "no" tampoco anularía el intento, pero no tenía la menor duda del efecto crucial que una u otra respuesta habrían de tener en mi estado de ánimo. Nunca sabré si hubiera sido capaz de reponerme a una reacción indiferente o a una negativa concreta, por eso aprovecho este libro para dejar expresada mi gratitud hacia Jorge, que con su apoyo —"a mí guardame éste", me dijo secamente señalando el recuadro con el número diecisiete— desató en mí una fuerza enorme.
El segundo llamado fue a Raúl Marenzi, de Manrique Propiedades — ellos se habían instalado un año antes, en Las Toninas y Juez Repetto, junto con la constructora Alici— y quedamos en que fuera hasta la oficina. Me presenté con mi papel blanco escrito en birome, lleno de casillas vacías. La charla se mezcló con varios mates para mitigar el frío; era una tarde que recuerdo con sol aunque en verdad no sé si fue así o si yo la imagino de ese modo. En definitiva salí de allí con el apoyo de Raúl, que eligió la casilla número cinco del plano y además auspiciaba, en otra página, una nota sobre el bosque. Remonté la cuesta de la calle Juez Repetto, de regreso a casa, con la ansiedad con que un chico de cinco o seis años corre a la chimenea para ver qué le dejaron los reyes magos. Quería, debo decir necesitaba con desesperación, contárselo pronto a Gloria, compartir con ella el resultado de lo que bien podría llamarse una "segunda batalla". El entusiasmo y la excitación me rebalsaban; estaba claro para mí que el periódico cuyo nombre seguía sin aparecer y cuyo contenido rondaba cada noche por mi cabeza, habría de cristalizarse muy pronto. Estaba envuelto en un frenesí muy similar al que en este exacto momento me hace trabar los dedos en las teclas. Por eso es casi seguro que en este relato vaya y venga continuamente, adelantándome a algunos episodios y hasta, quizás, perdiéndome en una maraña emotiva que deje inconclusa alguna anécdota o injustamente olvidada alguna gratitud. Aun así quiero asumir los riesgos y dejarme llevar por el impulso para compartir, y de cierta forma revivir, esos irrepetibles momentos de gestación.
A la mañana siguiente decidí llamar a Casa de Piedra; no tenía trato previo ni con Marta Palacios ni con Roberto Busteros. Los conocí ese día, en la administración. Era el primer intento, y por ese motivo también crucial, de lo que podríamos llamar una "venta en frío" o "a cara de perro". Después de una breve exposición de la idea eligieron la casilla doce, al pie del plano. Mientras caminaba feliz por Virazón, alejándome del mar, decidí que ya era tiempo de dar a conocer el proyecto entre amigos y conocidos. Hasta ese momento había preferido la reserva y me había impuesto no comprometer a los más allegados hasta tener la certeza total de concretar el emprendimiento. Ya me sentía en condiciones de afirmar que, más allá de las futuras ventas de publicidad, el periódico saldría a la calle de cualquier modo. El primero fue Hugo Rey, quien con María Cabanne, su mujer, manejaban ese refugio que muchos de nosotros añoramos: la crepperie Bleu. Bueno, la realidad es que Hugo hacía las relaciones públicas y María se mataba preparando sus inolvidables creppes. Como también tenían una cabaña en alquiler y él pretendía incursionar en el rubro de la construcción, el entrañable Huguito no se anduvo con vueltas y me reservó los tres espacios centrales del pie que estaba bajo el plano, es decir que en las casillas nueve, diez y once se leería, respectivamente: Bleu, Blanc (alquiler de cabañas) y Rouge (construcción de cabañas).
Ya tenía reservados seis de los diecinueve espacios previstos. Entonces acudí a quienes ya nos habían acompañado en la guía La Mosca: nuestro vecino Dardo, que llevaba catorce años con su casa de té Viejos Tiempos, eligió la casilla dieciocho; Adrián y Valeria tomaron la casilla número uno para su restaurante Las Calas; Héctor y Mabel, de la Arquería de las Pampas, ocuparon el ocho; Guillermo Gas (entonces vivía en Mar de las Pampas) me pidió el número cuatro y Héctor Melo, con su Polirrubro y Almacén de Campo, colocó su aviso en la página seis, llevando como referencia el número veinte para ubicarlo en el plano central.
En eso andábamos —no podría precisarlo pero sí recuerdo que el asunto había avanzado mucho— cuando llamó Hugo para decir que tenía el nombre para el periódico: "El Chasqui". Desde ese instante fue cosa juzgada, no hubo debate ni se barajaron otras posibilidades; sólo fue cuestión de buscarle el tipo de letra que más nos gustara.
Volviendo al espinoso tema de los anunciantes, ya estábamos totalmente embalados y en carrera. El siguiente llamado fue a Lizzi, una de las precursoras con esto de las cabañas y a quien todavía no conocía. Ella también dio inmediato apoyo con su complejo Leyendas (casillero número dos); hablé con Rubén Vaquero y Susana Cánepa, todavía en cabañas Mapuche, y recuerdo bien que ella marcó la casilla de arriba a la derecha (la diecinueve).
Como podrá apreciarse, muy pronto la angustia de la venta se convirtió casi en un juego de elección de lugares o predilección de números (como el caso de Julio, de Navarrisco, que no quería saber nada con otro número que no fuera el siete, poco importaba si a la derecha, a la izquierda, arriba o abajo).
Ya por entonces, aún antes de completar el diagrama y a propuesta de los propios anunciantes, el proyecto inicial de tres meses (octubre, diciembre y enero) se había extendido a cinco (se agregaban febrero y semana santa, que caía en abril). Por eso algunos tienen la impresión de que, en la colección de El Chasqui, nos "salteamos" noviembre del 2000 y marzo de 2001, ediciones que nunca salieron pues en ese momento ni siquiera soñábamos con una frecuencia mensual durante el invierno. Tamaña demostración de confianza y semejante promedio de adhesiones no había entrado ni en el más optimista de los cálculos; de hecho nunca recibí un rotundo no, pues aquellos comercios que por diferentes motivos no estuvieron en la edición inaugural, fueron sumándose con el correr del tiempo.
Sobre el cierre completamos la pauta del plano central con Oscar Rescia, de residencias E´ Lurú (casillero tres); Alberto Rebecchi, del balneario Soleado (número quince); Emilio Vernet y Héctor Moretti, de cabañas Arco Iris (casillero dieciséis); Marcos Komac, de Sisteco (el para algunos temido número trece) y, casi con los originales listos, llegó la publicidad del arquitecto Rodolfo Ravier (número catorce), que estaba a punto de inaugurar su oficina en Las Toninas y Juez Repetto, junto a la de Manrique-Alici.
Como el avezado y perspicaz lector notará, si es que acomete la improbable tarea de contar las casillas hasta aquí detalladas, no se mencionó la "seis"; tal asunto surge de haber completado el último hueco con la "cabaña Entrepinos", la diminuta cabañita de madera (tres metros por cuatro) que alquilamos varios veranos y nos permitió "pasar el invierno" hasta que, hace unas temporadas, quedó incorporada a nuestra casa. Vaya en estas líneas nuestro reconocimiento a la "caba", como le decían los chicos, que nació como un intento de instalar la "redacción" y, sin siquiera sospecharlo, terminó aliviando la aridez de esos primeros años. Por otra parte, sin que tampoco lo previéramos, ese aviso nos sirvió de testeo para comprobar, no sin sorpresa y entusiasmo, la cantidad de llamadas producidas a través de la publicidad en El Chasqui.
Para finalizar este racconto, no quiero dejar de mencionar todas aquellas publicidades que aparecieron en el número 1, más allá del plano central: Los dulces de Aurora, Daniel Aprile (plomería y electricidad), Pablo Fernández (fletes), PG (parques y jardines), Corralón Azul, Aserradero Los Robles, Mercado Wallas, 3C Computación, L´Equipe Tenis, Farmacia Sánchez Muriel.
* * *
Había llegado, entonces, el momento de mandar los originales para ser impresos. La imprenta estaba en Buenos Aires y los números no daban como para andar viajando; las pocas páginas fueron enviadas por internet. Como de todos modos los archivos eran "pesados", el correo electrónico para pasar página por página demoraba unos cuantos minutos y a veces, para nuestra desesperación, la conexión se interrumpía y había que empezar de nuevo. Esto transcurría en medio del conmovedor silencio de la madrugada, apenas perturbado por nuestras respiraciones profundas, al tiempo que, casi en secreto, cada uno invocaba no sé a quién para que los benditos mails llegaran a destino de una buena vez. Horas más tarde, ya con las primeras luces del lunes 2 de octubre, llamamos a la imprenta y suspiramos de alivio al saber que todo había llegado bien y que se estaban preparando las películas. Un escalofrío indescriptible nos erizó la piel en simultáneo cuando del otro lado del teléfono, con toda naturalidad y comprensible indiferencia, una voz grave y masculina nos anunciaba que El Chasqui estaría impreso y listo para retirar esa misma tarde. ¡Esa misma tarde! ¡Y nos lo decían así, fríamente, como si tal cosa!
Y en este punto se me arma una espesa nube en el cerebro, una laguna de las que alguna vez nos aparecieron en plena mesa de examen final, y entonces mi memoria, absurda muchas veces para recordar lo inexplicable, caprichosa, insólita para retener fechas y sucesos nimios, ahora se vuelve traicionera e ingrata y no me permite rescatar de entre sus ruinas cómo miércoles fue que los diez paquetes con quinientos ejemplares de El Chasqui cada uno, recorrieron el trayecto de casi cuatrocientos kilómetros entre el depósito de la imprenta en plena Avenida de Mayo y el bosque de Mar de las Pampas. Podría intentar todo tipo de especulaciones: que algún abnegado amigo se encargó de retirar los paquetes y despacharlos por micro en Retiro, o en alguno de los transportes de carga que vienen a Gesell; que algún otro amigo incondicional sencillamente cubrió los ya mencionados casi cuatrocientos kilómetros y se vino con El Chasqui a cuestas; que en realidad viajé a Buenos Aires cuando acabo de afirmar lo contrario; que lo trajo El Rana en uno de sus fletes; que algún pariente contrató un flete desde la imprenta hasta los depósitos de un expreso, que Tony Postorivo (*), de El Chaparral, me llevó a buscarlos. Todavía no había conocido a Adolfo y Liliana, de Lavanda, ni a Elías y Flori, de Aike Malem, de lo contrario también hubiera podido especular son sus oficios vehiculares, sin olvidar a Osvaldo Delocca, el Flaco Aprile o Diego Botta. Podría seguir enumerando posibilidades concretas —como que todas ellas existieron en posteriores ediciones— y no sería franco ni sincero, pues aunque busque y busque no logro recordar nada en absoluto referido a ese fundamental tópico. Sólo me atrevo a afirmar que unos meses después inicié la bienaventurada metodología del canje con el trasnporte Trans Dan, de Villa Gesell, y que, desde hace tres o cuatro años, el traslado lo realiza el expreso Ruta 74 hasta Pinamar y allí vamos a buscar una parte de los paquetes con Gloria y otra la llevan al día siguiente a Gesell o incluso hasta Mar de las Pampas (muchas veces fue El Rana con el vehículo de turno y otras tantas Ezequiel Rebecchi con su camioneta).
Salvado este desliz de la memoria, sí puedo asegurar que el jueves 5 de octubre nos enfrentamos al momento de ver allí, a pocos metros, esa pila de papeles envueltos con cintas tenaces y filosas que no nos atrevíamos a cortar; papeles que para cualquier persona no eran más que eso, kilos y kilos de papeles impregnados de tinta, llenos de palabras y de fotos que acaso a muy pocos atraparan. Superada la parálisis inicial nos abalanzamos sobre el primer paquete y literalmente arrancamos un ejemplar sin deshacer el envoltorio. Por unos instantes no emitimos un solo sonido ni nos atrevimos a respirar. Nos miramos sin pronunciar una sílaba. En nuestras miradas todo estaba dicho. Estábamos muertos de ansiedad, aterrados y con el corazón a los tumbos. Ese jueves, a esa hora y en ese lugar que no recuerdo, acabábamos de parir El Chasqui.

(*) Con posterioridad a la edición del libro de El Chasqui, Tomo 1, corroboramos que, en efecto, Tony nos había llevado a la terminal a esperar los paquetes.

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