martes, 3 de febrero de 2009

La Familia Viajera 13

Después de un mes sin poder despegarnos de Playa Costa y su gente, tomamos coraje para continuar con el rumbo norte hacia el Amazonas; no lográbamos continuar el viaje, queríamos aprovechar un poco más las ventas, ya que entre la playa y la noche en la calle de los artesanos, nos estaba yendo muy bien y necesitábamos juntar mucho dinero para seguir sumando kilómetros en Brasil, que es muy, muy, muy grande y todo el dinero que juntábamos rápidamente se gastaba en una estación de servicio. Todavía nos quedaban muchos kilómetros para llegar al Amazonas, muchos más para el Caribe y muchísimos más para dar la vuelta y llegar a casa.
Nos habíamos levantado con ganas de hacer un asado; cuando me estaba subiendo a la bici para ir al pueblo a hacer las compras, vimos que había cuatro personas en el mar, en la rompiente, y que se acercaban a las rocas del morro. Con Faty nos miramos y nos dimos cuenta de que estaban en problemas; la gente, agrupada en el otro morro, miraba a los que estaban en el mar. Agarré el salvavidas y salí corriendo hacia la orilla para ayudar; al acercarme vi que estaban tratando de sacar a una persona que ya no tenía fuerzas para nadar, casi inconsciente; los guardavidas estaban sacándola hacia la costa con mucha dificultad mientras las olas les pasaban por encima; me metí al mar para alcanzarles el salvavidas, pero uno de ellos me dijo que se lo alcanzara a otro que estaba más adentro; al verlo, cuando las olas lo llevaban hacia las rocas nadé unos metros hacia él y le ofrecí el flotador, que llegó a agarrar justo antes de que una gran ola cayera sobre nosotros; la fuerza de la ola nos revolcó, nos sumergió; al salir a flote vi con alivio que el hombre no se había soltado; a pesar de su cansancio estaba aferrado al salvavidas.
Le dije: "calma amigo, asegurate que ya no nos ahogaremos, solo debemos flotar hasta la costa", comenzamos a nadar pero otra ola nos rompió encima y otra vez nos revolcó; mi compañero ya no tenía fuerzas para nadar y yo no podía hacer nada contra la corriente que no nos dejaba ir hacia la arena, llevándonos hacia las rocas. No conseguíamos alejarnos de las rocas, los pocos metros que avanzábamos alejándonos de ellas, los perdíamos en un instante, cuando las olas nos llevaban nuevamente hacia la rocas. Entonces, ya muy cerca de las piedras, hicimos pie y pudimos salir corriendo por una piedra justo antes de que la próxima ola nos diera el golpe fatal sobre la roca. Una vez en tierra, con el corazón en la boca y temblando por el miedo y el esfuerzo extremo, se acercó Faty y le dijo a mi compañero que su hermano había reaccionado antes de que lo llevara la ambulancia. Nosotros no podíamos hablar, nos faltaba el aire, tampoco podíamos movernos del morro. Todo ocurrió muy rápido, estuvimos muy cerca de reventar contra las piedras. Habíamos estado como una hojita a merced de la violenta fuerza del mar. Mientras este hombre lloraba Faty le insistía: "no te preocupes por tu hermano, estará bien". Cuando recuperamos el aliento mi compañero me abrazó y agradeció lo que había hecho por él, por meterme en el mar arriesgando mi vida. Yo no entendía nada, pasó todo en un segundo, pero sentí que había arriesgado mi vida y que Faty y los niños estaban viendo todo lo que ocurría. Me dio mucho miedo pensar que si me pasaba algo ellos verían todo y quedarían sin padre; en mi cabeza se formaban mil imágenes desagradables y a la vez este hombre no dejaba de agradecer que me hubiera metido al mar en esas condiciones y que gracias a eso él estuviera con vida. Nos contó que su hermano estaba nadando y de repente el mar se lo empezó a llevar y que no podía volver, entonces él en la desesperación se metió a ayudarlo pero el mar se lo llevó a él también y no podía hacer nada para evitar que la corriente lo llevara hacia las rocas; su hermano estaba muy mal y estaba tragando agua cuando las olas les pasaban por encima, hasta que llegaron los guardavidas y lo sacaron del agua, pero él no tenía más fuerzas para seguir intentando salir de la corriente que lo empujaba hacia las piedras; nos dijo que cuando llegué con el salvavidas estaba a punto de ahogarse. "Dios te pagará lo que hoy hiciste por mi", me decía.
Todo era muy loco, las emociones, la vida y la muerte pasando en un segundo por mi cabeza. Recién después de que todo terminara, tomé conciencia de la locura de meterse a librar una batalla contra un mar impresionante, donde solo la suerte podría sacarnos con vida.
Otra día, en la feria, se acercó un hombre preguntando por los relojes de sol y Faty, que estaba atendiendo a una señora le dijo que yo le explicaría. Un poco avergonzado con esta nueva tarea, pero sabiendo que necesitábamos dinero para seguir con el viaje, me hice cargo de la explicación del funcionamiento del reloj en portugués. El señor agradeció la explicación, diciendo que el reloj era muy interesante pero se fue sin abrir su billetera. Faty estaba atendiendo ahora a un muchacho que no preguntaba demasiado y agarraba cosas de una manera medio rara, no preguntaba el precio ni tampoco las miraba mucho, ni estaba convencido de lo que llevaba. Al mirarlo vi que era aquel hombre al que había ayudado a salir del mar. Entonces lo saludé emocionado al verlo bien y le preguntamos por el hermano, ya que Faty lo había visto muy mal al salir del agua. Nos contó que estaba bien, y que después de dos días internado se repuso. Este muchacho volvía para agradecernos y nos explicaba que en realidad no quería artesanías sino que quería comprar algo para ayudarnos con nuestro viaje, que no era mucho pero nos quería dar los 100 reales que tenía. Le dijimos que no era necesario, que las cosas se habían dado así. Nos pidió por favor que le aceptáramos el dinero, que no sabía cómo agradecer lo que habíamos hecho por él, que nos estaba buscando para darnos el dinero, que él estaba bien económicamente pero ahora solo tenía esos 100 reales y que le gustaría mucho que se los aceptáramos. Entonces le dimos un reloj de sol de la Patagonia y también un collar para él y otro para su hermano. Nos despedimos con un gran abrazo y todos nos sentimos muy felices.
Entre ésta y otras ventas que hicimos en la Pituba, al final del día vimos que habíamos reunido mucho dinero, gracias a Faty que se animó a armar el puesto de artesanías en la calle; además nos hicimos nuevos amigos artesanos al tiempo que seguimos comprobando que la gente es muy buena y siempre nos ayudaba en el viaje.
Ahora sí, con las últimas ventas hicimos las compras para el añorado asadito en la playa, ése que no podía faltar después de tantas semanas de polenta, arroz y fideos, en el maravilloso entorno natural de Playa Costa, con el Bedford que nos cuidaba a los niños mientras dormían y nosotros disfrutábamos de la soledad de la playa.

Mariano Campi
marianocampi@lacofradia.net

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