viernes, 12 de septiembre de 2008

Tapa: Mamá, una princesa rusa en el exilio

Mamá siempre se vistió con mucha elegancia. Contrastaba su estilo de "chica bien" con el de las mujeres del barrio. A los 20 usaba sombreros y guantes. Sombreros que guardaba celosamente en la sombrerera grande y redonda y que abría ante mis ojos admirados para dejarme disfrazar. Los sombreros se los dí a mi hija cuando era pequeñita y los fuimos perdiendo de mudanza en mudanza. A los 40 se vestía con trajecitos y chemisiers de dulce clasicismo y cuando hacía frío usaba tapados que combinaba con la pollera. También elegía escrupulosamente las botas y carteras en los tres colores favoritos: azul, verde y marrón.
Me encantaba verla tan elegante, perfumada con Arpège de Lanvin, haciendo las compras en la verdulería de la esquina como si estuviera por tomar el té en la calle Florida. Leía todos los días La Nación y daba clases de Inglés.
Cuando creyó que ya no la necesitábamos iba a visitar a los abuelos a "El hogar del anciano" rodeada de los chiquilines de catequesis. Entre ellos sorteaba cada fin de semana un Billiken. ¡Y esos mocositos cuando cumplían 25 e iban a casarse, venían a presentarle la novia! También visitaba el Hospital y ayudaba a darles de comer a los enfermos que estaban solos.
No me llevé bien con mamá en la adolescencia y juventud. La veía tan inflexible, tan mojigata, tan ignorante, tan gorila. Ella que protestó toda la vida por el rigor impuesto por su madre, nos hacía lo mismo a los cuatro hijos. Y nos fuimos alejando, tratando de cumplir con una carta de vez en cuando y una visita una vez al año.
Yo sé que mamá sufrió: sufrió la soledad del colegio pupila; la soledad de la viudez demasiado joven; la soledad de una clase a la que no pertenecía. Sufrió su propio rigor. Cuando la fui a visitar al hospital donde le habían operado la cadera me echó de la habitación, porque no la dejé levantarse y nos echó, a mi hija y a mí. Con una mirada terrible, que me dio miedo. Mi hija me llevaba de la mano y me dijo: "que se vaya a la puta que la parió"… Y sí.
También tengo buenos recuerdos de mamá: A veces se quedaba a mi lado dándome la mano hasta que me durmiera. A veces fumaba sola y a escondidas un Benson Hedges que le dejaba Veljko. Todos los viernes escondía en mi almohada el Billiken de la semana. Me compraba carísimas colecciones de libros encuadernados y hojas satinadas aunque yo tuviera la suela del zapato agujereada. Me llevaba a escuchar la Orquesta Sinfónica de Bahía Blanca que venía a algún salón cultural de nuestro pueblo. Y al cine, a ver las películas de Elvis Presley. Nos compraba merengues y Postre Balcarce. Nos compraba bocaditos Bonafide de papel dorado. A veces íbamos a tomar el té a una confitería donde pasaban boleros. Yo tenía 15 años y ella soñaba con tener aún dieciséis. Supongo que para pagar todos esos gastos excesivos para su presupuesto, comenzó a llevar a los nenes de algunos conocidos, al Jardín de Infantes, en nuestro viejo Chevrolet. Inventó el Transporte Escolar en un pueblito de morondanga.
Eso me gustaba, ese aire de princesa rusa en el exilio; ese desparpajo para gritar wonderful, wonderful… Se escapaba de la atmósfera de ese pueblo mediocre por las mínimas fisuras culturales que aparecían.
Ya no se viste. La visten. Nadie combina el color de su ropa. Nadie la perfuma. Las manos se ven raras con las uñas cortas porque ella las usó siempre largas y pintadas por la manicura. Curiosamente en esa casa humilde donde vive sin peluquería ni esmalte, parece felíz. Dice que fue lindo ser jovencita y acompaña con el vaivén del cuerpo, la música que escuchamos. Y sonríe a todos los recuerdos y a ninguno. Imagino que puedo traerla a casa, sentarla en el sillón y que mire los pájaros, los árboles, los autos que pasan. Le haría un lindo corte de pelo y le pondría perfume en las muñecas. Le mostraría fotos. Pero al despedirme, me dice: "Mucho gusto señora; gracias por su visita". Y tiene una sonrisa que no es; una mirada que no es. La memoria es el olvido; los lazos profundos de la nada. Recordar: pasar por el corazón. Yo quisiera que tomara mis manos y pasara por el corazón mi nombre y mi amor; pero ella ya no es. O sí, pero no sabe.

Por María Cabanne

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