Después de casi 3 años de compartir con los lectores los caminos de La Familia Viajera, llegamos al último capítulo. En verdad al viaje de los Campi - Mariño le quedan algunos meses y muchos kilómetros para llegar a la isla Margarita y volver en el Bedford hasta su casa de Bariloche. Pero para el final de esta historia tenemos ahora la posibilidad de revivir la odisea completa en el libro «Rodando américa del sur», que Mariano Campi presentará en Mar de las Pampas los primeros días de enero.
CATRASCA
Como nos íbamos a quedar más tiempo. Salí a estacionar mejor el colectivo. Con tal mala suerte que corté los cables de la luz del vecino con el techo de la casa rodante. Otra vez tener que decirle a Horacio que debía salir a solucionar las cagadas que me mandaba. También salieron los vecinos de la cuadra a ver que pasó y yo me sentía re mal. Había hecho bastante ruido y, junto con los cables, se rompió también un pedazo de la chapa de techo. Como el vecino no estaba, fuimos con Horacio hasta el pueblo a avisarle.
Mientras Horacio le contaba a Jorge, me fui poniendo colorado y haciéndome cada vez más chiquito. Por lo menos no le contó que horas antes había tenido que pagar el choque que tuve en la puerta de su negocio. Jorge nos dio la llave de la casa y no se hizo problema, muy amable y alegre se interesó por el viaje. Volvimos y conectamos los cables de la luz, aunque no pudimos conectar el cable de televisión porque se había roto la ficha. Un pedazo de chapa del techo también había quedado partido. Al llegar Jorge, el dueño de la casa, nos felicitó por la casita rodante, mientras yo, con toda vergüenza y anticipándome a Horacio para que no tenga que seguir poniendo la cara por todo lo que voy chocando y rompiendo por el barrio, le dije:
-No pudimos conectar el cable de la tele.
-No se hagan problema, traje unas películas, -respondió, sin darle importancia.
-Este pedazo de chapa también se arrancó con los cables. Seguía poniéndome colorado
-No hay problema, ahora está más simétrico con el otro lado, que ya estaba roto de antes, -bromeó.
A Jorge no le importaba nada, ya tenía luz y estaba muy interesado en nuestro viaje, así que nos quedamos conversando. Le encantaban los niños y jugaba mucho con Gaspar, nos ofreció entrar el colectivo al jardín de su casa por si queríamos dormir ahí, y nos invitó a armar el puesto de artesanías en la puerta de su negocio, diciéndonos que los domingos a la mañana, seguramente, venderíamos bien porque se juntaba mucha gente haciendo compras y que para él era un gusto poder ayudarnos. Dormimos en la puerta de la casa, «sin mover el colectivo», y los niños durmieron en casa de Horacio y Gladis.
El domingo Horacio compró carne, para hacer un asado en casa de Marita y José, unos argentinos amigos de Horacio. ¡Por fin habíamos cortado la racha de cagadas! Sólo faltaba quemar el asado… A pesar de estar recién llegados nos hicieron sentir como en casa, en Santa Elena, con tantas bienvenidas y por cómo nos cuidaban y ayudaban.
El lunes comencé a desarmar el Bedford. Desmonté, de a una, las ruedas, poniéndolo sobre tacos de madera. Luego, con la ayuda de Enrique, desarmamos la caja por completo. Los frenos eran un desastre, las campanas bañadas en la grasa del diferencial, y una partida al medio, por eso el horrible ruido que se escuchaba al apretar los frenos y que no frenara casi nada. Los engranajes de la caja de cambios estaban convertidos en polvo de bronce. Con Enrique, armamos la lista de repuestos, pero de entrada me dijo que no encontraría aquí ninguno de esos, que directamente los pida a Argentina, luego lo comprobaríamos. El viejo Enrique, con más sesenta años en la mecánica, sabía hasta qué repuestos había en el mercado de Santa Elena.
Les pasé la lista de repuestos por mail a Raúl y a Edgardo en Bariloche. Funcionaban como los mecánicos de boxes de Fórmula Uno. Hasta el punto que me de vergüenza que sean tan expeditivos con nosotros, atentos a nuestro viaje y esperando el momento de podernos ayudar, me emocionaba mucho que nos respondieran tan rápido y con tanto cariño, tenía la sensación de que el viaje era posible entre todos. Los acontecimientos se sucedían increíblemente; sin ni un peso en el bolsillo cuando chocamos el auto en la plaza, apareció Horacio a prestarnos el dinero para pagar el arreglo y todo lo que vino después… Los amigos de Bariloche comprando y mandando los repuestos para Venezuela. Una cuenta grande que tendríamos que pagar cuando lleguemos a casa.
No podíamos dejar de agradecer todo el tiempo la actitud de la gente y el cariño con que nos ayudaban y cuidaban. Roberto, todos los días, pasaba a ver si necesitábamos algún mandado ya que teníamos el Bedford totalmente desarmado. Nos llevaba a hacer las compras y la traía a Faty cuando volvía del negocio de Jorge, donde había montado el puesto de ventas de artesanías y le iba muy bien, incluso habíamos pagado lo del choque a Horacio. Él seguía, por Internet, el camino que hacían los repuestos y gracias a él, que llamó por teléfono para avisar que los estaban mandando mal, no se demoraron demasiados días. También nos consiguió aceite y varios repuestos a precios de costo y algunas otras cosas. Además, los mails de los amigos de Argentina que llegaban para darnos ánimo y ofreciendo ayuda. Por eso, sentía una especie de vergüenza, porque no era una necesidad primaria, sólo salimos a cumplir nuestro sueño y la gente dejaba sus trabajos y sus obligaciones para ayudarnos. Si bien es cierto que algunas veces se nos complicaban las cosas, era parte de la movida; pero, tanta gente y con tanto cariño, nos hacían sentir muy cuidados y eso es lo que me parecía demasiado.
Después de cerrar el negocio, venían Horacio y Gladis, con Nieves, a tomar unas cervezas, a veces Faty hacía unas pizzas y también pasaban Roberto y Chuqui. El galpón se transformaba casi todas las tardes en lugar de reunión donde compartíamos con nuestros amigos.
Tantas veces pensamos que era imposible cumplir este sueño, incluso luego de haber comenzado el viaje, pero nos dimos cuenta que era posible, y que realmente la fe y las ganas pueden mover montañas, que uno mismo con amor puede hacer cosas increíbles, tales como ir de Bariloche hasta el caribe a menos de 50 km por hora, con una familia hermosa. Algunas veces pienso que, con los cuatro niños era más difícil, ya que ellos necesitan atención de sus padres las veinticuatro horas. En este viaje, además de sus padres, fuimos los encargados de enseñarles las tareas de la escuela, todo ello precisaba de mucho tiempo y dedicación; también hacerles la comida, lavarles la ropa, trabajar, hacer artesanías, venderlas, nada es fácil. Pero lo único que tengo claro es que sin los chicos y sin Faty -que no existe nada que la detenga en el amor a sus hijos, a su familia y a la aventura-, no iría ni a la esquina y menos aún sintiéndome tan feliz como me siento con mi familia y mis amigos que, aunque estén tan lejos, estamos mas conectados que nunca.
La locura es lo que hace que la vida sea más interesante y los niños le dan «vida» a la vida, estas cosas son las que nos motivan a viajar, a salir, a jugar como niños, «darle vida a la vida». Creo que a veces no somos consientes que esta vida solo dura un rato, que no se puede estar posponiendo eternamente los lindos proyectos por darle importancia a las obligaciones. La aventura nos hace sentir vivos y llenos de energía y alegría. Comenzamos a irradiar tanta alegría y tanto amor que contagiamos a la gente que tenemos cerca, se abren los brazos y los corazones de todos los que están a nuestro alrededor. Es increíblemente hermoso: para mí es el gran aprendizaje en este viaje, algo que hasta ahora había escuchado pero no llegaba a comprender, pero me doy cuenta ahora que todo esto es generado por uno mismo. Como me decían en Brasil: la energía que ustedes están vibrando la hacen vibrar en los demás.
La alegría y el amor existen, se ven, se sienten, se transmiten y sobre todo se contagian.
Mariano Campi
marianocampi@lacofradia.net
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