El milagro de lo ordinario
Un día, Bankei les predicaba quedamente a sus seguidores, cuando su discurso fue interrumpido por un sacerdote de otra secta.
Esa secta creía en el poder de los milagros, y consideraba que la salvación llegaba del repetir palabras sagradas.
Bankei dejó de hablar y le preguntó al sacerdote qué quería decir.
El sacerdote se jactó de que el fundador de su religión podía pararse en la margen de un río con un pincel en la mano y escribir un nombre
sagrado en un trozo de papel sostenido por un asistente en la margen opuesta.
El sacerdote preguntó:
«¿Qué milagros sabes hacer?»
«Sólo uno. Cuando tengo hambre, como, y cuando tengo sed, bebo» repuso Bankei.
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